Uniformado de negro, los únicos vivos que contrastaban eran blancos y estaban en el cuello y los puños de la camisa, siempre de manga larga, y en el resorte de las calcetas, bien ajustadas y calzadas en unos tacos Adidas, Le Coq Sportif, Puma o Patrick; todos ellos con algunas notas de color que hacían menos áspera a su vestimenta.
Así se veía el árbitro, mientras el comentarista, siempre de traje y corbata sin importar el estadio, llegaba con portfolio al campo, llenaba de papeles la cabina de transmisión, se colocaba unos audífonos bien acolchonados y apretaba la base del micrófono con certeza, rigor y seriedad. En aquella época los relatos y las críticas al juego, al jugador, el técnico, al directivo y al arbitraje, no eran tan extravagantes como ahora. Había polémica, debate y espectáculo en los medios, pero de alguna manera existía respeto y propiedad de la cancha hacía el palco y del palco hacía abajo.
En esos años entre los setenta y ochenta, existía un señalamiento común acerca de la edad de los árbitros que superaba por mucho la de los jugadores, y un cuestionamiento sobre su velocidad y resistencia en la cancha, muy inferior a la de los futbolistas que dirigían. Entonces se pensaba que la experiencia, preparación y autoridad, eran cuestión de edad, pancita, canas y calva. Con el tiempo, los árbitros evolucionaron de tal forma que a principios de los noventa era común verlos en mejor estado físico y atlético que cualquier futbolista y más adelante, empezamos a ver árbitros con la misma edad y aspecto que los jugadores.
Hoy nos parece normal que un árbitro de Primera División sea un atleta de alto rendimiento y que su edad oscile entre los 25 y 40 años sin que ello le reste seriedad, credibilidad y carácter. Para mi gusto, el gran cambio en la historia del arbitraje ha sido este: árbitros más jóvenes, más ágiles y más capaces que además, pueden mantener una relación cercana con el futbolista no por el hecho de ser árbitros de futbol, sino porque hablan el mismo lenguaje al pertenecer a la misma generación.
Hoy debemos enseñar a niños y jóvenes a ver al árbitro como parte fundamental del deporte, pero también, a disfrutarlos como extraordinarios deportistas.