El arco del triunfo. Existe un segundo en la trayectoria olímpica de cualquier país en el que un deporte se vuelve eterno: México vive un momento ideal para convertir el tiro con arco en una tradición. Hay tres factores para que un deporte mueva una nación: contar historias, contar triunfos y contar con un plan para mantenerlos. Cinco arqueras y un arquero han ganado cuatro medallas en la última década: plata de Aída Román y bronce de Mariana Avitia en Londres; bronce de Alejandra Valencia y Luis Álvarez en Tokio, y bronce otra vez de Valencia en equipo con Ana Paula Vázquez y Ángela Ruiz en París. Este deporte tiene por delante un objetivo: colocar una diana en cada escuela y enseñar a sus niños lo que pueden hacer con un arco.
León marino. Flotó como mariposa, subió al público en su espalda, llevó la bandera en el pecho y cuando llegó al último estilo, el libre, Léon Marchand iba nadando solo en los 400 combinados de París; ahora persigue rivales en la historia: Phelps, Spitz, Popov, Thorpe o Lochte en una carrera contra el tiempo. La Marsellesa de Marchand, el organismo vivo más cercano a Michael Phelps, le convierte en candidato para ser la gran estrella de los Juegos. El miércoles nadará las finales de los 200 mariposa y 200 pecho, con menos de 2 horas de diferencia entre pruebas y el viernes, los 200 combinados buscando cuatro oros individuales.
Revolución. El tiempo es la gran medida de los Juegos: es un rival, un objetivo y un juez. La Inauguración de París, brillante para algunos, escandalosa para otros y revolucionaria para los franceses será medida a través de los años: en la vida como en el olimpismo, el tiempo pone todo en su lugar. Los franceses fueron fieles a su ideología, pero el COI falló como garante de todo tipo de credos, identidades y pensamientos permitiendo que Francia impusiera el suyo sobre el organismo, sobre los Juegos y sus integrantes durante una ceremonia en la que sobraron reivindicaciones y faltaron atletas. Thomas Bach que no es el mejor presidente del COI, hizo que el Movimiento Olímpico pareciera una cosa y no una causa. Una verdadera revolución sería que el COI reduzca el inhumano costo económico de unos Juegos para que algún país del tercer mundo pueda organizarlos. Pero eso solo sucederá el día que su presidente sea latinoamericano o africano: olvídenlo, no es rentable.