Movimiento Ciudadano llega al siguiente ciclo electoral con una ventaja evidente y con un problema que no conviene minimizar. La ventaja es clara: dejó de ser un partido marginal, decorativo, de acompañamiento. El problema es más incómodo: su crecimiento electoral no siempre se traduce en poder efectivo. Entre una cosa y la otra se mueve su horizonte político.
En los últimos años, MC ha conseguido algo que no es frecuente fuera de los grandes bloques (PRIAN): crecer sin desaparecer, avanzar sin diluirse. Ha sumado votos, presencia pública y reconocimiento de marca. Su electorado existe y es reconocible. Jóvenes urbanos, clases medias cansadas, votantes que no se sienten acogidos ni por el oficialismo ni por las oposiciones tradicionales. Ese espacio no es imaginario, Movimiento Ciudadano lo encontró y lo ocupa.
El límite aparece cuando ese respaldo se pone a prueba en el terreno. Porque sumar porcentajes nacionales no equivale, necesariamente, a ganar elecciones de mayoría relativa. Ahí el mapa se vuelve desigual. Movimiento Ciudadano compite con seriedad en algunas zonas metropolitanas, en ciertos estados donde ha logrado construir estructura y en escenarios de competencia fragmentada. En el resto del país, su voto suele dispersarse: alcanza para figurar, no siempre para imponerse. ¿Dónde crecer? Además de Nuevo León y Jalisco, intentar los semilleros electorales del Estado de México, Ciudad de México y Veracruz (donde ya avanzaron).
El desajuste ayuda a explicar por qué MC ha tenido bancadas legislativas relevantes sin convertirse en una fuerza dominante a nivel distrital. También explica por qué cualquier modificación al sistema electoral pesa más para este partido que para otros. No porque la próxima reforma electoral lo expulse del tablero, sino porque reduce los márgenes de tolerancia entre crecer y ganar.
La eventual eliminación de los plurinominales, o su sustitución por mecanismos menos proporcionales, tendría efectos claros sobre MC. No tanto por ser un “partido débil”, sino porque su crecimiento ha sido nacional en votos, pero irregular en triunfos territoriales. Menos proporcionalidad implica menos representación; menos representación, menor capacidad de influencia. El incentivo es evidente: acelerar una tarea que hasta ahora ha avanzado con lentitud, convertir simpatía en organización, discurso en estructura y voto en victoria. Nada de eso ocurre por inercia.
Eso no significa que MC puede expandirse donde ya es competitivo, consolidar bastiones urbanos, disputar gobiernos locales con mayor seriedad y proyectarse desde ahí. Lo que parece menos viable es una expansión homogénea, apoyada solo en narrativa o marca nacional. No obstante, MC usa lo digital como espacio de construcción política, mientras Morena lo usa como extensión del poder político ya existente, lo cual desgasta. Por eso el momento que vive Movimiento Ciudadano no es dramático, pero sí exigente. No enfrenta un punto de quiebre, sino un punto de definición. Puede seguir creciendo, sin duda, pero no de cualquier manera ni en cualquier dirección. La pregunta de fondo no es si puede obtener más votos, sino si puede ganar más elecciones (una alianza a futuro con el Partido Verde podría resultar efectiva en casos específicos).
Su voto es urbano, joven, desencantado y, muchas veces, deliberadamente expresivo. No siempre vota para vencer, sino para decir. Ahí reside su fuerza y también su límite. Mientras ese respaldo siga siendo señal antes que arraigo, gesto antes que territorio, MC avanzará en el mapa de las simpatías, pero no siempre en el de las victorias. El desafío no es sumar voluntades, es convertirlas en presencia, en organización, en poder real. Solo cuando ese murmullo urbano se vuelva estructura, el crecimiento dejará de ser promesa y empezará a ser destino.
