Política

¿Qué le picó a Adán?

Luis M. Morales
Luis M. Morales

El cambio de estrategia política del secretario de Gobernación, Adán Augusto López, ha sido tan obvio que ha generado toda suerte de interpretaciones. No es poca cosa, porque la súbita belicosidad de sus comentarios afecta de manera simultánea dos arenas políticas. Por un lado, el de la sucesión presidencial, al tratarse de uno de los tres precandidatos a los que se atribuye alguna probabilidad para la elección de 2024 (aunque es un decir, esa lista es como el de la santa trinidad; tres personas en una, que en realidad llevaría nombre de mujer). Por otro lado, también modifica las tareas institucionales que el presidente Andrés Manuel López Obrador le había asignado.

Comencemos por esto último. La designación del ex gobernador tabasqueño como titular de Gobernación tenía como propósito desempeñar una función que el gobierno de la 4T había dejado vacía durante la primera mitad del sexenio: un coordinador institucional de las distintas fuerzas locales y nacionales y árbitro en primera instancia de las disputas entre los actores políticos. Olga Sánchez Cordero, anterior secretaria de Gobernación, en realidad había asumido tareas de representación más propias de un vicepresidente que de un operador político. Estas funciones habían sido informalmente repartidas entre Julio Scherer, abogado jurídico de la Presidencia; Ricardo Monreal, coordinador de los senadores, y Mario Delgado, presidente de Morena. Con la caída política de los dos primeros, AMLO asumió que necesitaba un titular de Gobernación que cumpliera las funciones tradicionales de este ministerio. Originalmente el mandatario había pensado que su gobierno no necesitaba de tales tareas, porque él mismo sería su propio hombre fuerte. Pero al haber sido incapaz de dejar atrás el papel de agitador y provocador de sus políticas frente a otros actores, terminó requiriendo de alguien que hiciera las funciones más institucionales de conciliar y arbitrar, algo que su propia militancia le impedía cumplir cabalmente. No se puede golpear implacablemente a los rivales políticos todas las mañanas y luego actuar como jefe de Estado el resto del día. De alguna manera el papel conciliador de Adán Augusto López, en representación del Presidente, compensaba esta necesidad.

Por lo mismo sorprendió a todos que, tras unos meses, AMLO haya decidido convertirlo en uno más de los destapados para la Presidencia. Con esta actitud dinamitó las tareas del titular de Bucareli al convertirlo en juez y parte en la arena política. Ahora ya no solo era un representante político del Presidente, sino también un rival de los otros contendientes. Su capacidad para obtener acuerdos se dificultaba ahora porque la mayor parte de los gobernadores y otros actores han tomado partido por Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard y tendrían pocas ganas de concederle éxitos políticos o reconocerle su categoría de árbitro.

¿Por qué lo destapó López Obrador pese que al hacerlo comprometía su capacidad de operación política? Yo me inclino por la idea de que al Presidente le urgía recomponer la tríada de candidatos, luego de que él mismo había bajado de la lista a Ricardo Monreal, tras un evidente distanciamiento. Dejar solos y cara a cara a Sheinbaum y a Ebrard durante dos años representaba un duro desgaste y condenaba a Morena a una escisión de militancias entre dos bandos antagónicos. Al ampliar la baraja, el Presidente conseguía dispersar el golpeteo.

No es la única hipótesis para explicar el destape de Adán Augusto. Hernán Gómez ha sugerido que en realidad AMLO pretendía quitarle votos a Ebrard al poner en la contienda a otro político profesional, y además hombre; de esa manera la precampaña no se convertía en una peligrosa disputa de género. A saber.

El caso es que durante meses el secretario de Gobernación jugó al equilibrista con la doble camiseta de jefe de gabinete institucional y, al mismo tiempo, rival político de sus colegas. Tengo la impresión que no salió muy bien librado de ambas tarea. La eficacia de la primera etapa no volvió a repetirse y tampoco su precandidatura creció como habría deseado.

Lo cual nos lleva a la pregunta inicial. ¿A qué obedece el súbito cambio de estrategia de Adán Augusto López, que de operador institucional pasó a jugar de ariete para golpear a gobernadores de oposición? (Doy por sentado, en aras del espacio, que el lector está al tanto de las duras declaraciones de los últimos días por parte del tabasqueño en contra de cuadros de la oposición con los que antes intentaba construir puentes). Mi impresión es que se trata de una táctica desesperada para mejorar las posibilidades de hacerse de la candidatura presidencial de parte de Morena. Al parecer nadie le informó que su precandidatura tenía un propósito instrumental. Y además resulta difícil pensar que alguien que es incluido en esta lista no sienta calor en su corazoncito. Después de todo él se dirá que, si personajes como Felipe Calderón o Enrique Peña Nieto ocuparon la silla presidencial, los criterios de selección no son precisamente rigurosos. Y tampoco podía quedar indiferente al hecho de que algunos militantes de Morena, sobre todo tabasqueños, asumieron que podía ser el caballo negro en la recta final y justo por ello pagar muy altos dividendos.

El problema para las aspiraciones de Adán Augusto López fue la realidad. Su posición no despunta en las encuestas y sus apoyos políticos son muy magros frente a los de sus dos rivales. Las declaraciones escandalosas son, en opinión de algunos (Sergio Sarmiento, por ejemplo), un esfuerzo desesperado por aumentar presencia o reconocimiento “de marca” en la opinión pública, aunque sea por razones polémicas, bajo la premisa de que en política no hay publicidad mala. Trump habría mostrado hace tiempo que se puede subir en las encuestas aunque se hable mal de uno.

Quizá, pero yo me inclinaría por otra explicación. Me parece que Adán Augusto está apostando no tanto a la encuesta popular como al voto que en realidad cuenta: el del Presidente. Con sus agresiones verbales y sus ocurrencias pendencieras intenta recoger la estafeta rijosa del mandatario, como una especie de López II. A su publicidad, que justamente juega con la continuidad del apellido en el poder, ahora estaría añadiendo una actitud con la que intenta convencer a su paisano que nadie se le parece como él. ¿Una estrategia desesperada? Sí. Porque lo único que está demostrando es que las agresiones sin el carisma o el historial político de AMLO se convierten en caricatura. Lo mismo pero más barato. No creo que al Presidente le interese dejar tras de sí una empobrecida y, sobre todo, falsa versión de sí mismo. 

Jorge Zepeda Patterson

@jorgezepedap

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Jorge Zepeda Patterson
  • Jorge Zepeda Patterson
  • Escritor y Periodista, Columnista en Milenio Diario todos los martes y jueves con "Pensándolo bien" / Autor de Amos de Mexico, Los Corruptores, Milena, Muerte Contrarreloj
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