
Ana Elizabeth García Vilchis realizará el informe semanal sobre fake news. Cuartoscuro
Hace mucho tiempo que el gobierno dejó de otorgar el Premio Nacional de Periodismo, al imponerse el sensato criterio de evitar que fuera el poder quien decidiera qué es buen periodismo. Lo mismo valdría para cualquier ejercicio en el que la autoridad sea quien defina qué es mal periodismo. Una tarea esencial de la prensa es exhibir las malas prácticas de la vida pública y los excesos del poder; dejar en manos justamente de ese poder la decisión de premiar o castigar a los que ejercen esa crítica sería tan absurdo como dejar la cantina en manos del borracho o el arbitraje del partido en el director técnico de uno de los dos equipos parados en la cancha.
La sección “Quién es quién en las mentiras” inaugurada en las mañaneras el miércoles pasado incurre en ese problema. Habría que reconocer el derecho que tiene el Presidente para hacer uso de lo que él llama su “derecho de réplica”. También está en lo correcto cuando afirma que ningún mandatario de la historia contemporánea había sido tan criticado como él. No podría ser de otra manera considerando que su gobierno pretende nada más y nada menos que un cambio de régimen; después de todo los medios de comunicación no solo forman parte del sistema, literalmente están en manos del statu quo. Por razones ideológicas o de mero interés, son contrarios a mucho de lo que López Obrador representa y a la mayor parte de lo que intenta hacer. En consecuencia, los medios observan sus dichos y acciones con una mirada desfavorable, y muchos no esconden su animadversión. Con frecuencia esta mirada se expresa en información incompleta, sesgada y no pocas veces distorsionada en detrimento de la imagen del gobierno. El problema es que esta animosidad termina por comprometer la tarea crítica y profesional que la prensa está obligada a realizar de cara a los errores o abusos de la autoridad. Esa responsabilidad fracasa tanto con una prensa sumisa como con una prensa que milita en la tarea de demonizar al gobierno. A estas alturas cuesta trabajo diferenciar cuánto de lo que hace la 4T es un error y cuánto se debe a una lectura sesgada o incompleta para exhibirlo como un error.
En ese sentido, insisto, López Obrador está en su derecho de dirigirse a la opinión pública para enmendar una exageración, una información fuera de contexto o francamente equivocada difundida en las últimas horas. Pero también habría que decir que, el desmentido de toda opinión crítica, la ausencia de cualquier asomo de autocrítica y la insistencia en exhibir como éxito toda acción de gobierno (sea el número de muertos por la pandemia o las remesas de los emigrados) termina siendo tan parcial y en última instancia tan opaca como el de la prensa adversa. La verdad o simplemente la radiografía de lo que está sucediendo, terminan sepultadas en la espuma tóxica de estas dos campañas de propaganda antagónicas; una decidida a mostrar la infalibilidad del gobierno, otra a exhibir a toda costa sus perfidias e ineptitudes.
Buena parte del problema reside en que los dos bandos trasladaron la disputa de la arena de la información a la descalificación de quien la genera. Los psicólogos afirman que una discusión genuina se transforma en pleito cuando el error que se echa en cara se convierte en insulto. Una cosa es pedir a otro que llegue a tiempo, luego de un retraso, y otra distinta acusarlo de irresponsable. Lo primero es poner sobre la mesa un error que puede explicarse y, de ser pertinente, enmendarse, lo segundo es emitir un juicio inapelable sobre un rasgo de carácter.
Prensa y presidencia hace rato que cruzaron ese límite. En Palacio Nacional las críticas periodísticas son devueltas con acusaciones sumarias sobre propietarios de medios y descalificaciones específicas de columnistas. ¿Para qué argumentar contra las razones expuestas por un crítico si basta con infamarlo y desautorizarlo moralmente? Pero del otro lado no se conforman con menos; para la prensa las acciones y palabras de AMLO solo son dardos que exhiben su naturaleza torcida o su ineptitud. Lo menos importante, para ambas partes, es dilucidar el dato en cuestión; lo que interesa es esencialmente convertirlo en prueba fehaciente de la maldad del adversario. Otra vez, la verdadera víctima de todo esto es la opinión pública y su derecho para tener una visión razonablemente informada de la vida pública.
La sección “Quién es quién en las noticias falsas” inaugurada la semana pasada se inscribe en este intercambio de golpes. Tal como está concebida no es un ejercicio de información, sino de acusación. Algo que no dejará nada bueno a los dos contendientes, mucho menos al periodismo y a la comunidad. En su primera edición, atropellada y mal resuelta, terminó siendo una ópera bufa, una versión caricaturizada y actualizada de “Las Mangas del Chaleco”, un tribunal destinado a descalificar desde el olimpo y sin apelación a los enemigos del régimen, lo sean o no.
No sé quién le vendió esta idea al Presidente. Supongo que los mismos seudoperiodistas que en las mañaneras piden reacciones a AMLO sobre alguna maldad de los “enemigos del pueblo”. Inquinas sembradas para mantener viva la confrontación y destruir cualquier posibilidad de entenderse por encima de las diferencias. Vertidas ahora en un programa institucional producido por presidencia se convierte en algo más ominoso. Solo espero que la mesura, que también existe en Palacio, reconsidere el asunto antes del próximo miércoles.
Jorge Zepeda
@jorgezepedap