Política

El problema con el voto del “pueblo”

Las dirigencias de los partidos nos quedaron a deber. Tanto por el lado de Morena y sus aliados como por el de la oposición, el balance de las “primarias” para seleccionar candidatos a la presidencia y a las gubernaturas a través de consulta a los ciudadanos se quedó a medio camino. Recurrir a encuestas para tomar el pulso de la calle sin duda constituye un avance. Mucho mejor que el método tradicional que solía definir a los abanderados por exclusiva intervención de las cúpulas. Pero esta primera versión, hay que asumirlo, hizo agua en varias ocasiones. Las dirigencias hicieron malabares para acomodar criterios políticos a los resultados de la consulta; en unos casos con menos fortuna que otros.

Por el lado de la oposición, la alianza del PAN, PRI y PRD decidió suspender el proceso de levantamiento y retirar la candidatura de Beatriz Paredes, para no poner en riesgo el triunfo de Xóchitl Gálvez. Se supone que la priista iba a ser una presencia testimonial en esa competencia, pero resultó que en los debates y presentaciones mostró más fondo que la panista. La dirigencia decidió dejar la democracia para otra ocasión y abortó el proceso.

En el caso de Morena el desaguisado es menor, pero no podemos ignorar la decisión de otorgar la candidatura de la Ciudad de México a Clara Brugada, a pesar de que Omar García Harfuch le ganó por más de 13 puntos según los ciudadanos consultados. Una ventaja superior a la de otras entidades donde no se aplicó el criterio de paridad de género: en Chiapas Eduardo Ramírez solo obtuvo 16% de los votos y ganó con apenas 1.5 a Sasil de León pero se quedó como candidato. Harfuch ganó con 40% de los votos por apenas 27 de Brugada, pero fue sacrificado. La exigencia del INE de introducir un criterio de paridad de género, por encima de los resultados de popularidad, vino a salvar el día para las corrientes de Morena, que veían con preocupación entregar la ciudad a un ex policía recién llegado al movimiento.

Me parece que estos incidentes, lo de Beatriz Paredes y lo de García Harfuch, reflejan las muchas dificultades para procesar la buena intención, de elegir candidatos a partir de “la voluntad del pueblo” a través de sondeos, como ha pedido Andrés Manuel López Obrador. El problema es que, en ocasiones y a los ojos de las dirigencias, la voluntad del pueblo no es lo mejor para el pueblo.

Habría que extraer las lecciones pertinentes. No para recular y regresar a lo que teníamos antes, sino para hacerlo mejor. Al revisar lo sucedido se observan circunstancias coyunturales a la vez que factores de fondo que perjudican el éxito de esta primera versión de selección a través de consultas.

Entre las razones coyunturales están: 1.- La campaña de los candidatos a gobernadores se anticipó a los períodos oficiales, de tal manera que los aspirantes no podían darse a conocer por sus planteamientos o propuestas, la ley lo prohibía. Tampoco hubo debates entre ellos, con el argumento de que no era saludable que se golpearan entre sí. Así que no había manera de comparar a los precandidatos en lo que verdaderamente importa: qué pretenden hacer cuando sean gobernadores. 2.- Las prisas para designar candidatos se tradujo en una precampaña de apenas dos semanas, entre el momento en que se oficializó la lista de aspirantes y el cierre de actividades proselitistas.

Estos dos factores provocaron que las campañas se convirtieran en un acelerado torneo de popularidad o peor aún, de recordación de nombre. Si la población no puede comparar el contenido de programas y contrastar personalidades y trayectorias, el asunto va remitir a una carrera para “posicionar” un nombre. En buena medida ganó quien pintó más bardas y espectaculares y gastó en redes sociales. Tuvieron ventaja aquellos que violentaron la prohibición de Morena y comenzaron meses antes. En suma los que metieron más dinero. Con un agravante; nunca sabremos quiénes financiaron esas campañas y a cambio de qué.

Tras esta primera experiencia algunas de estas objeciones podrían subsanarse o, al menos, atenuarse. Campañas que realmente permitan conocer a los candidatos en lo que verdaderamente importa: su potencial para ser mejores gobernantes que sus rivales.

Pero hay otros problemas que no serán tan fáciles de resolver. Estas consultas han sido pensadas para recoger a través de muestreos la opinión de todos los ciudadanos, incluso aquellos que no se interesan en la política, es decir alrededor de la mitad de la población según las propias encuestas. Un dato que coincide con el porcentaje de abstencionismo en las elecciones. Esto tiene terribles consecuencias para los efectos de este método. La mitad de los que van a decidir no habrán de informarse de programas, ideas y capacidades para gobernar de los candidatos; tomarán sus decisiones sobre el nombre que más le suene y evitarán el de aquellos de quienes han escuchado alguna cosa mala según sus redes o amigos. Es decir, un campo perfecto para el marketing y la propaganda, incluyendo la sucia.

Y habría otro problema de fondo. Convertir la popularidad en un factor decisivo, al menos para ser candidato, deja a los partidos y a los ciudadanos sin defensa frente a los famosos, en ocasiones al margen de la relación que tenga esa fama con la capacidad de gobernar. El caso del futbolista Cuauhtémoc Blanco y su lamentable sexenio en Morelos, demuestra el daño que estas fórmulas pueden provocar, si no van acompañadas de mecanismos que eviten los excesos.

El debate por la ciudad de México también puso sobre la mesa una tensión que no va a resolver “la voluntad del pueblo”. Los partidos representan corrientes de opinión política, visiones de país distintas al interior de una comunidad nacional. Si todos se ponen a seleccionar candidatos a partir de cómo vote la mayoría, en teoría llegarían a las urnas candidatos parecidos y sin la necesaria representación de las minorías. Si los partidos simplemente optan por presentar candidatos en función de su popularidad, terminarán desdibujados de toda identidad con un programa o una bandera ideológica.

Justamente eso fue lo que sucedió en la Ciudad de México: el obradorismo de base y muchos cuadros prefirieron tener un candidato menos popular pero más identificado con los ideales de la izquierda. La dirigencia respondió a tal exigencia y, con el manto salvador de la paridad de género, pudo modificar la decisión emanada de la calle. En la siguiente oportunidad podría no contar con esa inesperada ayuda.

En resumen, esta experiencia deja lecciones para la siguiente andanada de consultas. Cómo hacer que el sondeo de la voluntad popular se convierta en mejores gobiernos y no lo contrario. Mucho por hacer en términos logísticos, pero también políticos: de entrada, si no quieres lamentar la decisión de una encuesta, no aceptes precandidatos que luego tengas que sacrificar.


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Jorge Zepeda Patterson
  • Jorge Zepeda Patterson
  • Escritor y Periodista, Columnista en Milenio Diario todos los martes y jueves con "Pensándolo bien" / Autor de Amos de Mexico, Los Corruptores, Milena, Muerte Contrarreloj
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