
Las elecciones de este domingo en Edomex y Coahuila ofrecen al obradorismo dos lecciones políticas estratégicas, una buena y una mala. Desde la óptica de los intereses de Morena en el Estado de México lo hicieron todo bien, en Coahuila todo mal. Seguramente el partido oficial ganará las elecciones en la primera de estas entidades y posiblemente lo pierda en la segunda. Pero incluso si Armando Guadiana, su candidato, llegase a ganar en la entidad norteña, pintarán de guinda a Coahuila solo en lo formal, porque en la práctica se trata de una corriente priista local más, investida con casaca de Morena simplemente por las circunstancias.
Lo del Estado de México tiene su mérito porque, para decirlo rápido, Delfina Gómez no es precisamente una candidata carismática ni la comunicación es su fuerte. Pero el trabajo político realizado tanto desde Palacio Nacional, como en la propia entidad hicieron lo necesario. Por un lado, está claro que el gobernador priista Alfredo del Mazo decidió lavarse las manos y desentenderse del candidato de su partido; es decir, la maquinaria política federal detrás de Delfina no se enfrentó a una operación estatal impulsada desde Toluca. Imposible saber si eso obedece a una negociación explícita entre López Obrador y Del Mazo, pero lo cierto es que el desinterés del gobernador ha facilitado las cosas. Por otro lado, la dirigencia de Morena y el propio Presidente convirtieron la campaña del Edomex en una prioridad política. Les era imperativo ganar no solo por la importancia de la entidad (17 por ciento de la población del país), también porque enviaría señales categóricas sobre la inexorabilidad de la victoria morenista en las elecciones presidenciales del próximo año. No hubo errores de desatención ni se escatimaron recursos para fortalecer la presencia del partido en los municipios claves.
Pero quizá lo más importante fue el manejo de los precandidatos para evitar desgastes innecesarios. Está claro que el Presidente nunca vaciló en la elección de su delfín para el Edomex, y nunca mejor dicho. Delfina Gómez perdió en la elección anterior y López Obrador siempre sostuvo que la derrota había sido el resultado de las malas artes del priismo y de las autoridades electorales. En ese sentido había que insistir con Delfina; no solo porque era alguien de las confianzas del Presidente, también porque le parecía necesario demostrar que ella habría ganado si los comicios hubieran sido legítimos.
No solo el apoyo decidido del Presidente ha sido clave. Sus operadores hicieron lo necesario para vencer voluntades y negociar la declinación de los poderosos aspirantes a la candidatura dentro del propio Morena: además de Delfina, buscaban la gubernatura el senador Higinio Martínez, el director de aduanas Horacio Duarte y el alcalde de Ecatepec Fernando Vilchis. Los tres tenían, en el papel, un buen perfil para perseguir el voto de los mexiquenses: trayectorias locales, base social y trabajo con grupos políticos en la entidad. Se habían preparado durante años para competir y cuando no consiguieron la candidatura se temió una disidencia incómoda e incluso el riesgo de una deserción y una candidatura rival. Hoy, Horacio Duarte es el coordinador de la campaña de Delfina. En todo esto fue clave la pertinaz determinación de López Obrador, desde luego, pero también la intervención de alguien que supo hacer el trabajo político.
No fue el caso de Coahuila. No había un candidato local destacado, entre otras cosas porque al ser tan escasa la presencia de Morena en la entidad no abundan los cuadros dentro del movimiento. Pero se asumió que bastaba el deseo de Ricardo Mejía, quien había sido cercano a Alfonso Durazo y su trabajo como subsecretario de Seguridad Pública era bien visto por el Presidente.
Como muchas veces en el pasado hicieron los priistas equivocadamente, Morena asumió que las resoluciones del centro del país bastaban. Un par de meses antes de abrirse las campañas se le dio mayor visibilidad a Mejía en las mañaneras, con un reporte sobre seguridad cada jueves, y se hizo circular en Saltillo el rumor de que el funcionario era el preferido de AMLO para asumir la candidatura de Morena. Mejía intensificó sus viajes a la entidad para negociar con los actores de poder locales el futuro reparto de tareas y responsabilidades. Pero subestimaron la débil penetración del obradorismo en la entidad y el orgullo de las élites locales.
Y con todo, muy probablemente habrían obtenido el triunfo si el proceso interno hubiera sido mejor manejado. Como se sabe, para sorpresa del centro, Guadiana ganó en las encuestas y Mejía quedó en tercer lugar y el Presidente y Morena reconocieron el resultado (el costo político de no hacerlo era muy alto). Pero no contaban con la rebelión interna de Mejía, que se lanzó por el PT y la traición del Partido Verde que nominó a su propio candidato. En suma, tres opciones disputándose el voto frente a un candidato de alianza del PRI y el PAN razonablemente sólido.
Todo indica, pues, que en Edomex Morena no habrá de despeinarse para destronar al PRI de su largo reinado, mientras que en Coahuila la sucesión es una moneda en el aire, por más que los operadores políticos del Presidente por fin se han puesto las pilas. Negociaron con el Verde el retiro de la candidatura de su gallo (aunque el candidato, Lenin Pérez, no había aceptado su declinación). La reacción podría haber sido demasiado tarde. Lo sabremos pronto.
Pero al margen del resultado, el contraste entre los dos casos tendría que constituir una moraleja respecto a la trama que verdaderamente cuenta: la disputa presidencial. En Coahuila se sobrestimaron premisas, se desdeñaron las peculiaridades regionales, se descuidaron a los actores en disputa, se asumió que lo único que importaba era el candidato ganador y no sus rivales internos, se ignoró la fragilidad de partidos que, después de todo, no resultaron incondicionales. Se ha asumido que la disputa por la candidatura presidencial en Morena y luego los comicios definitivos terminarán pareciéndose al proceso del Edomex, pero habría que preguntarse si las lecciones de Coahuila han sido asumidas. No está claro.