“Ya el mundo nada dice/ pues allá donde nadie ha pisado la luz/ con ella doy vueltas/ y resuenan en mí/ las letras escondidas de su alfabeto/”, escribió Minerva Margarita Villarreal en uno de sus últimos poemas. La corriente del destino tomó su cuerpo inesperadamente, cuando ella se preparaba para participar en la Feria del Libro de Guadalajara que comenzaría diez días después.
Tenía la ilusión de ver la entrega del premio FIL a su amigo David Huerta. En 1998 escribió sobre él su tesis de maestría en letras españolas bajo el título “Amor y erotismo en la poesía de David Huerta”. Ya no estará con él. No lo verá. Tampoco presentará, con su amigo Luis Armenta, los libros de la colección El oro de los tigres, que dirigía desde hace más de un decenio.
La poeta, querida por nosotros y reconocida como una de las mejores voces de las letras mexicanas, nos sorprendió con su partida. Sabíamos de su larga batalla contra el cáncer, pero creíamos que se mantenía estable. Fuimos muchos quienes hablamos con ella o la vimos, llena aún de entusiasmo, unos días antes de su muerte el 20 de noviembre pasado. Su corazón, acostumbrado, no solía emitir quejas; su espíritu, lleno de fuego y luz, en cambio, iluminaba conversaciones, cercanías, amigos.
Siempre guapa, Minerva, a sus 62 años, se encontraba en el mejor momento profesional de su vida. Maestra de tiempo completo en la Universidad Autónoma de Nuevo León desde 1981, dirigía desde 2005 la Capilla Alfonsina, donde coordinaba la colección de poesía El oro de los tigres.
Hace apenas dos años había sido nombrada miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua; en 2016, obtuvo el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, el más importante del país, y desde hace un año formaba parte del consejo directivo de la Coordinación de la Memoria Histórica y Cultural de México que dirige Beatriz Gutiérrez Müller, la esposa del presidente de México.
Estas y otras distinciones constituyeron un justo reconocimiento a su trabajo de toda una vida iniciado en 1982, cuando publicó su primer título, “Hilos de viaje”, en una pequeña editorial independiente de Monterrey.
Desde entonces se relacionó con Guadalajara y sus poetas; su tercer libro, Dama Infiel al sueño, fue publicado en la capital de Jalisco en 1991, y mostraba los alcances de una nueva voz en el concierto literario nacional. Más tarde, en 2002, publicó, con el pintor tapatío Daniel Kent, De amor es la batalla, un libro de poemas y dibujos eróticos; la presentación fue en una bella galería del centro de la ciudad.
No sólo por ello Minerva fue cercana a Guadalajara. Con su esposo José Javier Villarreal (otro ganador del premio de poesía Aguascalientes, además de profundo estudioso de Góngora) tenía en tierras tapatías multitud de amigos. Él, ocurrente y divertido, y ella, más propia, eran estupendos compañeros de conversación.
No puedo evitar sonreír cuando recuerdo que, además, la familia era fan de las tortas ahogadas. En sus visitas a Guadalajara, sola o al lado de José Javier, las compraba para llevarlas —con las salsas aparte, por supuesto— a su Monterrey: “mis hijos no me perdonarán si no lo hago”, decía. Así que me tocó acompañarla a proveer ese antojo. Ella, la académica, la poeta, la amiga, la estudiosa, les llevaba desde Jalisco tortas a sus hijos.
Minerva sabía reír abiertamente, a pesar de luchar contra la enfermedad. Realista ante los hechos, cultivaba, sin embargo, el optimismo; y no solía mostrar a los amigos los estragos de sus batallas. “Estoy tomando un vaso de agua tibia con unas gotas de limón por las mañanas”, decía, después de salir triunfante de las primeras lides.
La pena que ha causado su partida nos ha alcanzado a todos. He hablado con amigos y he encontrado en ellos ese dolor sincero que deja la partida de un ser que se ha querido, esa Herida luminosa (título de uno de sus libros) que arde en los ojos y en la garganta y deja una profunda huella en el interior. La vida de Minerva estuvo —y sigue estando— rodeada de brillo, de profesionalismo y de cariño.
La Cátedra Hugo Gutiérrez Vega, que dirijo, la invitó a leer sus poemas en compañía de otras dos destacadas poetas, Coral Bracho y María Baranda, el próximo día 4 en un foro, extensión de la FIL, en la Universidad de Guadalajara. Hace unos días cambiamos el horario de su boleto de avión, para que pudiera regresar a la misma hora que José Javier.
Pero no asistirá. Su ausencia, en cambio, se hará presente en ese acto; y su voz, sin duda, se dejará sentir. Yo recordaré siempre su pasión por la poesía, su cálida amistad, su risa, su agradable presencia, y guardaré en mi corazón su recuerdo. Sus palabras que dicen de sí misma: “Mamá volátil y encerrada/ el mundo se me ha ido/ ¿Acaso dudas que vengo de la resurrección?” Descanse en paz nuestra querida amiga.