Y no es que, amigos míos, Robert Allen Zimmerman necesite mi defensa tras el premio Nobel que la Academia Sueca le otorgó. Pero, ante descalificaciones tan directas y poderosas como, por ejemplo, la de Mario Vargas Llosa, me siento con la necesidad de decir, al menos, unas cuantas palabras.
Lo primero, está claro: muchos autores hay que merecen el reconocimiento. Kundera, Murakami, Roth o Joyce Carol Oates, entre otros, tienenuna obra literaria extensa y consolidada, y méritos de sobra para recibirlo.
¿Por qué entonces “a un cantante” (Vargas Llosa dixit)? Las razones son muchas y nada tienen qué ver con “la cultura del espectáculo”, como afirmó don Mario. De hecho, él —digámoslo— pertenece también a esa “cultura” y es un astro mediático al que muchos aplauden si haber siquiera leído. Y él lo acepta porque así es la vida globalizada; la fama corre por una carretera paralela y no hay como evitarla.
No, el premio a Dylan es otra cosa. Muy distinta. Su medio millar de canciones, elevadas a la categoría de poesía por obra y gracia de su pluma, constituyen un testimonio insobornable de una época, una descripción profética de lo que advenía y el trazado de un nuevo imaginario que dejaba al descubierto las grietas enormes de una forma de vida que se resquebrajaba.
Las letras de Dylan, entonadas en un estilo cercano (imagino) al de los juglares, son hermosos instrumentos literarios que nos permiten entender la crisis de los sesenta; la hipocresía de un sistema de valores caducos; los cambios de perspectiva para observar los hechos sociales y políticos que cimbraban a Occidente. Por ello, tal vez, algunas de sus canciones se convirtieron banderasde un nuevo sistema de representaciones simbólicas, donde nacientes generaciones rompen con la continuidad de esquemas desgastados en busca de nuevas rutas.
Dylan es síntesis, profecía y testimonio; denuncia directa y conmovedora de la corrosión que desgasta a las viejas estructuras. Su poesía (y perdónenme la comparación), como la de Vallejo, patentiza la crisis, pone el dedo en la llaga de la insensibilidad, del menosprecio al débil, del abandono al desposeído.
Dylan es una queja que, desde la melancolía y sin aspavientos, señala aquello que nadie quiere ver: la insensatez de una guerra, la explotación del trabajo, la miseria de un sector marginado, el abandono de la búsqueda de lo claro, lo diáfano, lo verdadero. Sus letras señalanla posibilidad de construir nuevos destinos.
Con su voz peculiar y su guitarra tristona, Dylan estaría lejos de obtener un Nobel de Música, si es que lo hubiera. Su poesía, sin embargo, como la de los grandes autores, construyó, a partir de los hechos, nuevos imaginarios que abrieronotras formas de entender el mundo. El despeinado Bob, señores, no sólo continuó la tradición de la poesía cantada, también verbalizó aquello que todos sabíamos, pero nadie sabía que lo sabía. Y eso es suficiente para que su palabramerezca también el Premio Nobel;aunque, nuestro admirado (en tanto que escritor) Mario Vargas Llosa nunca, nunca pueda entenderlo.
jorge_souza_j@hotmail.com