Política

Víctor Hugo Pérez, la terrible belleza de lo trágico

  • Trampantojo
  • Víctor Hugo Pérez, la terrible belleza de lo trágico
  • Jorge Fernández Acosta

Cuando uno conoce a un artista de la talla y dimensiones de Víctor Hugo Pérez, inicia una palingenesia que se traduce en catarsis inmisericorde. Su obra pictórica y escultórica transita desde un universo candoroso pleno de poesía que danza al ritmo de colores vibrantes, que se asume y se resume en una estética de lo terrible ataviado de inocencia pueril. Víctor Hugo juega con los artificios propios de una belleza singular que raya los linderos del expresionismo radical para seducirnos con modos que trastocan el orden y nos conectan con una visión profunda, en donde el horror se convierte en alegría. Como bien decía Malraux: No existe una obra de arte que no produzca alegría, aunque su tema sea trágico, agreste, cruel o falto de armonía.

En los cuadros de Víctor Hugo habita un duende vigoroso que se mofa del orden y trasciende a lo hierático, en su sentido de sacrificio, es decir Sacri Faccere: Hacer lo sagrado. Él, como quizá ningún otro, nos provoca hilaridades lúdicas con sus personajes y sus temas. No tiene miedo de crear epifanías dignas de la fantasía más sublime o del terror cerval más tremendo para impactar nuestras almas con el estigma de la felicidad.

Se burla e ironiza, propone el absurdo como modo supremo de un arte universal que va y nos lleva mucho más allá del goce estético. Víctor Hugo es el niño terrible que nos reta la inteligencia y nos vapulea el espíritu con cada pincelada que estalla en el lienzo o con cada trazo que se origina en una búsqueda compleja de innovaciones escultóricas hacia inventar un nuevo modo de la luz sobre sus telas y objetos.

Clemente Orozco definió al arte como la creación humana de un nuevo orden. La teoría del caos precisa que el caos es, intrínsecamente, otro modo del orden –uno que no alcanzamos a comprender desde nuestra limitada visión del mundo–. En Víctor Hugo aplica la noción del caos como medida del orden y, así, nos ofrece una singular interpretación de la belleza que rompe paradigmas y establece retos paramétricos que lo sitúan en el Olimpo de la heurística. Su cosmovisión es la de un esteta empedernido que incita a la contemplación y al disfrute entre el éxtasis y el pecado. Cuando se está frente a frente a su obra no queda más remedio que sucumbir a los encantos del canto de la tragedia que, por sinexión, su fusiona con el más elevado sentido de la gracia. Ocurre un proceso de fisión nuclear que estalla en una miríada de bossones que transitan en el vacío de la luz transfigurada que todo lo llena con cromáticas intensas y llenas de contrastes glamorosos.

Sin aspirar a descifrarlo, cuando conocí a Víctor Hugo –en la oficina de Jaime Barba, a través de un video– ocurrió la revelación de un espíritu grande que aspiraba serlo “para alcanzar el tubo del camión”. Fue brutalmente afortunado escuchar, en ese instante mágico, cuando Víctor Hugo espetó: “Yo quería ser un artista alcohólico, pobre e incomprendido… ¡Lo he logrado!”

Hoy la vida nos ha concedido conocernos en presencia, en el escenario de La Sala Silenciosa. Es un tipo alegre y extrovertido, perspicaz y divertido. Es un ser colosal, audaz y auténtico, cuya estancia en esta parcela de realidad que compartimos entre antihéroes, hembras pililis y perros bravos, nos mueve y nos conmueve a sonreír, a sollozar y cantar ante el inclemente dolor de ser humano.

Jorge Fernández

jfa1965@gmail.com


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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