
Hace pocos días falleció Milan Kundera, uno de mis autores favoritos. Su obra magistral: La insoportable levedad del ser, no solo es una fascinante narrativa literaria, sino también una profunda meditación sobre las complejidades de la vida humana y nuestra relación con el tiempo. En su esencia, esta obra es una metáfora de la continua batalla que enfrentamos entre el presente y el futuro, una lucha que a menudo nos impide disfrutar plenamente del día a día.
Kundera propone la dualidad de la levedad y el peso como un principio central de la existencia. La levedad es el abandono de las obligaciones, la libertad que nos ofrece el presente; en contraposición, el peso es el encadenamiento a las expectativas y compromisos del futuro. Cada personaje se encuentra entre estos dos polos, lidiando con la angustia y el desconcierto de la contradicción. Este choque temporal refleja nuestra propia lucha diaria con el tiempo. A menudo estamos tan preocupados por nuestras metas de largo plazo, nuestros planes y aspiraciones para el futuro, que nos olvidamos de vivir y valorar el presente. Estamos tan atrapados en la densidad de las expectativas futuras, que ignoramos la levedad que nos ofrece el ahora.
Un emprendedor lidia todo el día con esta dualidad. Es pelear para conseguir el cambio y alterar el estado de las cosas pensando en un mejor futuro. ¿Para qué emprender si parece que todo funciona? Pudieran estar mejor las cosas: sí. Pero a fin de cuentas la vida actualmente funciona y todo se mueve.
Cuando pensamos cómo era nuestra vida en el año 2010 o 2000 (se acuerdan del miedo al Y2K) o incluso los 80s o 90s no podemos imaginar cómo seríamos capaces de sobrevivir en un mundo sin celular, sin mapas y sin poder comunicarnos todo el día y por todos los medios con nuestros conocidos. Ni hablar para los que trabajamos en la industria financiera, cuando un modelo financiero se tenía que hacer “a mano” en hojas inmensas donde se tenían que llenar las proyecciones (esto no me tocó, pero me han contado). Llamadas a las casas, fax, escribir en máquina, son solo algunas de las cosas que han quedado en el olvido, pero, mal que bien en esos años, el mundo funcionaba así.
El no poder imaginar vivir en el pasado, también nos crea el sesgo de no poder pensar vivir sin nada de lo que tenemos ahora. Pero tampoco somos buenos imaginando cómo van a ser los cambios hacia el futuro y las tendencias que deberíamos estar observando para imaginarlo. En el 2040 o 2050 pensarán en el 2023 al igual que nosotros pensamos en los 80 o 90. Nuestra tecnología actual será igual de “básica” y precaria que nuestros descendientes pensarán que es imposible vivir como lo hacemos ahora. Puede ser esto la naturaleza de la vida, y la negación de nuestro pasado pensando que siempre el presente y el futuro son mejores.
Kundera, a través de esta novela, nos invita a reflexionar sobre nuestra relación con el tiempo. Nos desafía a cuestionar nuestra obsesión con el futuro y a reconsiderar el valor del presente. Estamos tan concentrados en lo que podría ser que ignoramos lo que es. ¿Es nuestra constante búsqueda de seguridad y previsibilidad a futuro lo que nos priva de las alegrías y sorpresas del presente?
“La Insoportable levedad del ser” es, en su esencia nos insta a equilibrar nuestra tendencia natural a preocuparnos por el mañana con una apreciación más profunda del hoy. En última instancia, el libro de Kundera es un llamado a vivir con mayor plenitud, a disfrutar del presente con toda su levedad y belleza, sin el peso aplastante del futuro. ¿Qué elegir? Es una incógnita la contradicción entre peso y realidad, es la más misteriosa y equívoca de las contradicciones.
Al final, muchos decidimos emprender y apostar por un futuro mejor. Cambiar el status quo, desafiar la pesadumbre y pensar que siempre se puede construir algo mejor que como vivimos o lo que tenemos. Con esto nuestra mente está constantemente viajando entre futuro y presente imaginando lo que podría ser y comparándolo con lo que es. Levedad contra pesadumbre.
El futuro no deja de ser la suma de muchos presentes. Sacrificar el presente por un futuro siempre puede ser válido… pero también se tiene la alternativa de disfrutar un presente perfecto y un posible futuro.