Cada vez que alguien grita a los cuatro vientos que “¡soy un perseguido político!”, como Ricardo Anaya, y luego se echa a correr virilmente hacia Atlanta cual si fuera Scarlett O’Hara en pos de su Rhett Butler, un verdadero perseguido político en Afganistán es echado a una húmeda y fría mazmorra condenado a ver en un loop la parte en que Rambo llega a salvar a los talibanes. Digo, está tan manido el concepto, usado y abusado por tanto oportunista, que lo puedes encontrar con un ¡70% de descuento en el Waldo’s!
Con esos teleofertones Anaya le ha encontrado el gusto nada culposo de hacerse “la vístima”, creyéndose el líder de un sector opositors que, en su afán antipejiano, apoya sus berrinches e imposturas y arrebatos telenoveleros donde solo hay una lógica posible: “Sin jetas no hay paraíso”. Y en vez de ponerle límites a la criatura, lo dejan crecer como animalito del bosque de los hijos únicos.
Ya cuando afirma que sus videos tienen 70 millones de vistas (bueno, unos los ven para hacer memes, otras como herramientas contra el insomnio) y que AMLO le tiene miedo, es que padece los síntomas de una enfermedad progresiva y mortal: la paranoia al revés, o séase que cree que todo el mundo lo quiere. Bueno, teniendo a padres putativos como Marktititititito Cortés, Alitititititito Moreno, Zambranitititititito, Claudititititititito XXX González y Charlytititititititito Salinas, no era para menos. Solo le falta hacer su propia secta satánica. ¿O ya la tiene?
Así hasta parece sensata doña Brenda Lozano que, con tal de quedarse con la agregaduría cultural en España, afirma que es más amloísta que AMLO y que sus memes contra el gobierno que quiere representar fueron chistoretes y que no son para tanto. Yo sí le creo, sobre todo cuando enarbola el poco utilizado argumento de que es víctima de la misoginia y del heteropatriarcado falocentristamorenista. Y todavía hay quien vaticina que a la primera de cambios va a dar el lilytellazo. Lo dudo, pero al tiempo.
Como quiera que sea, yo sí le sugeriría a López Obrador que se desniegue a sí mismo y le explique al Niño Verde, digo, al niño Anaya, que tiene la boca retacada de razón; que en efecto lo que quiere es venganza y que lo va a perseguir hasta verlo en el tambo (no solo por sus melodramas rancheros sino por su aguada imitación de Juan Guaidó), a ver si así mi Ricky se va definitivamente a Atlanta, su verdadero país, y nos ahorra sus monsergas, virgencita plis.
Jairo Calixto Albarrán
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