Entonces vi el pequeño tumulto en una esquina. Un hombre hablaba con voz bien timbrada y elocuencia casi magistral.
Usaba un saco azul oscuro y muy cuadrado de los hombros, y una corbata roja y sebosa.
Mostraba en su mano derecha unos sobres que describía como “el método”. Yo no entendía de qué se trataba eso, pero me detuve porque el público lo miraba y lo escuchaba sin parpadear.
El tipo explicó.
“… el método es infalible, y les aseguro que dejará boquiabiertos a sus amigos.
Luego de que lean las instrucciones contenidas en este sobre, ustedes no ignorarán una sola fecha de nacimiento y muerte de los personajes más famosos de la historia del arte, la política, la ciencia y el deporte.
Este método les asegura la admiración de quienes los escuchen, y para demostrarlo me expongo ante ustedes a cualquier inquisición. Díganme el nombre de algún personaje relevante y de inmediato diré el año de su nacimiento y el año de su muerte…”.
No puedo negar que quedé atrapado por esa explicación.
El tiempo corría, el bus iba a salir y yo deseaba ver el resultado de la prueba. Para apurar el examen, fui el primero en proponer un nombre famoso.
“Martin Luther King”, grité, seco. “1929-1968”, respondió de inmediato el merolico.
Hubo un breve silencio. Luego, del pequeño tumulto salió una voz de mujer.
“Sor Juana Inés de la Cruz”, dije. “1651-1695”, respondió. Pensé en alguien menos visible, pero importante en la historia por alguna hazaña, y grité su nombre: “Edmund Hillary”, solté. “1919-2008”.
No pude creerlo. Concluí que ese pobre merolico, un Wikipedia de carne y hueso, tenía muy buena memoria, y él, sin saber lo que pasaba por mi mente, me contradijo.
“Ustedes están pensando que esto es sólo buena memoria. Se equivocan.
Mi método —aquí levantó de nuevo los sobres— es sencillo, ustedes sólo deben aprender algunas reglas elementales y hacer dos simples operaciones aritméticas.
Les doy un avance: piensen primero en el siglo XVI. Ese será, digamos, nuestro punto de partida hacia el pasado y el presente…”.
Vi mi reloj, me había pasado diez minutos de la hora convenida para llegar al bus, y, sin más, corrí.
El apuro me hizo olvidar por un momento al mago de las fechas, pero en todo el trayecto de regreso a mi país no dejé de pensar en su voz, en su memoria y en la posibilidad de que los sobres guardaran, en efecto, “un método”.
Pasado un tiempo, y para no frustrarme, opté por pensar que lo soñé. Es lo más fácil: olvidar esas vivencias, obligarnos a creer que fueron pesadillas.