Adolescente y miembro de una familia pobre, el joven Johann Gottlieb Fichte (1762-1814) trabajaba en lo que seguramente sería su destino: cuidar gansos. Andaba en eso cuando llegó un señor pudiente, el barón Von Miltitz, quien de un lugar alejado asistió a la aldea donde vivía Johann para escuchar la misa. Lamentablemente llegó tarde, y lo lamentó. Fue allí cuando un tipo cualquiera le hizo la recomendación: “Vaya con el joven Johann; él le repetirá el sermón tal y como lo pronunció el cura”. El hombre buscó al joven cuidador de gansos y, en efecto, a su pedido le repitió el sermón con total fluidez, lo que revelaba una memoria poderosa.
La anécdota continúa en lo que ya imaginamos: el acaudalado vio la capacidad del cuidador de gansos y decidió auspiciar sus estudios. Luego, el patrocinador murió y se acabó la beca, lo que puso al pupilo, de nuevo, en una situación precaria. Pero ya no era lo mismo: Johann se había capacitado y se dedicó a dar clases para sobrevivir, trabó contacto con su ídolo Kant y terminó siendo Fitch, el célebre filósofo que inventó la tríada dialéctica “tesis, antítesis y síntesis”, de ordinario atribuida a Hegel.
La inquietud que me asalta al recordar la anécdota es ésta: ¿qué hubiera pasado si no llega a tiempo el auspicio económico a los estudios del cuidador de ocas? Alguien dirá que tarde o temprano el joven iba a demostrar su talento, pero me atrevo a creer que no, que el apoyo a las capacidades de Johann llegó oportunamente, cuando la cabeza se encuentra en su mejor estado de receptividad, la juventud.
Pienso asimismo que, vista por encima, la anécdota sólo serviría para alimentar los ejemplos habituales del discurso meritocrático: si le echas ganas, todo se puede, incluso ser un gran filósofo. Pero este es, exactamente, mi disgusto con la meritocracia. Por más mérito o talento o ganas que se tengan, lo ideal no es que unos pocos exploten sus potencialidades o que dependan de la caridad para evidenciarse, y es por tal razón que es necesario insistir siempre en la equidad de las oportunidades, que se conviertan en política de Estado y no en venturosa casualidad: la de haber nacido en una familia con recursos o la de recibir la inesperada visita de un mecenas salvador.