La actividad ilícita, que las bandas de delincuentes hacen al robar gasolina de ductos de Pemex, crece sin que alguna autoridad pueda poner un alto.
En el aumento de esta práctica va inmersa la violencia. Esa rivalidad entre bandas cada vez cobra más vidas, provoca más explosiones cerca de ductos que ponen en riesgo a poblaciones, trae secuelas en el estilo de vida de localidades donde quieren armarse para enfrentarlas.
Antes los delincuentes eran más discretos, entraban por la noche con una o dos camionetas a la zona de los ductos, ahora se dejan ver por las mañanas con convoyes de 20 o 30 unidades.
Estas bandas gozan de la protección de mandos policiacos. Todo esto quedó claro en julio de 2015 cuando militares detuvieron al director de la Policía Estatal, Marco Antonio Estrada, y al titular del Grupo de Operaciones Especiales de la Secretaría de Seguridad Pública Estatal, Tomás Méndez Lozano.
Eso sucedió en un poblado en la localidad de Los Nava, en la región de Tepeaca, donde los mandos protegían a delincuentes con 35 camiones y camionetas que transportaban miles de litros de gasolina robada.
Para comprender mejor este problema que crece como una bola de nieve, sin que los tres niveles de gobierno puedan pararla, hay cifras oficiales de Pemex sobre tomas clandestinas que nos dejan claro la dimensión del tema.
En el 2006 solo fueron reportadas 9 y en el 2015 un total de 785 tomas, lo que equivale a un crecimiento de 8,622% en nueve años.
El desglose de esas estadísticas de Petróleos Mexicanos señala que fueron 9 en el 2006, 24 en el 2007, 7 en el 2008, 20 en el 2009, 49 en el 2010, 73 en el 2011, 98 en el 2012, 211 en el 2013, 335 en el 2014 y 785 en el 2015.
Es como si las bandas de delincuentes tuvieran en sus manos los mapas por donde atraviesan los ductos, para conocer exactamente los puntos donde pueden ordeñar la gasolina.
Los vecinos los ven día y noche, no pueden decir nada por miedo a las represalias, y cuando los exhiben y se enfrentan tampoco obtienen el respaldo necesario de las corporaciones de seguridad.
Ahí está San Francisco Tláloc, en el municipio de San Matías Tlalancaleca, que pide a gritos la presencia del Ejército, porque es la única corporación en la que confían. Ahí está Palmar de Bravo donde se dan enfrentamientos que cobran víctimas, y donde estos hechos se volvieron parte de la cotidianidad.
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