Política

Severo aislamiento musical

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Otra vez la trompeta. Su sonido me envuelve en suaves sensaciones quietas. Es la calma y también es la tristeza, ambas abstractas: nada hay en ellas que yo pueda habitar ni con el cuerpo ni con el recuerdo.

Y desde septiembre así han sido mis tardes sabatinas: entre 5 y 6 y media suena la trompeta en el camellón frente a mi casa y permanezco inmóvil bajo el influjo de su canto, que dada su etérea naturaleza encierra posibilidades de inquietud y vértigo, pero evita cualquier camino ansioso y permanece sutil y pausado: largas notas que se convierten en otras cada vez más graves sin conflicto ni sobresaltos, desde una contemplativa lentitud abierta hacia el silencio.

Es ahí, durante esta transición armónica, cuando la música me enreda en suaves sensaciones quietas que no me pertenecen, contra las que nada puedo. Conozco ruidosas personas histéricas que se aferran a encarnar la voz de una trompeta y pretenderla habitar desde sus temerosas imaginaciones con momentos de su pasado donde ellas protagonizaron algo: viaje en carretera con amigos a Durango, romántica noche de cocteles en el Felina o malogrado sueño de haber podido vivir al lado del mar una vida distinta.

Es mentira: Nada podemos contra el sonido. En las escuelas debería ser para la niñez obligatorio repetir: “Ni imágenes, ni ideas, ni movimientos: nada en mí es capaz del sonido. Nada hay humano en el sonido”. Nada salvo la intuición de una atmósfera. Nada salvo el heraldo, a quien yo siempre olvido. No hoy: ahora que el sonido se ha ido, salgo a la calle en busca del trompetista. Lo encuentro al fondo del camellón con el instrumento en la boca frente a la puerta de un condominio horizontal. Dejo dos billetes en la caja abierta de la trompeta que reposa en el suelo al lado de cartulinas que narran una historia triste en tres movimientos:

1. Letrero que lee: “Antes de la pandemia yo tocaba en una orquesta”.

2. Fotografía que lo muestra trajeado sentado en el escenario de la Sala Neza como parte de una agrupación sinfónica.

3. Letrero que lee: “Me quedé sin trabajo, pero sigo siendo un músico profesional”.

En el camino de regreso a casa pienso en que la historia es aún más triste: cuando en Ciudad de México las orquestas vuelvan a tocar en vivo (¿en 2022, 2023, 2024?) lo harán por partes: primero serán las cuerdas, luego las percusiones y hasta el último los alientos.

Por su canto de aire y saliva, la trompeta está condenada al más severo aislamiento musical.

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Hugo Roca Joglar
  • Hugo Roca Joglar
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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