Algunos funcionarios de primer nivel, cuyos nombres no citaré para que no me dé coraje, han hablado de ciencia occidental, ciencia tradicional, ciencia neoliberal y otras sandeces que no vale la pena citar mucho. Ya mis compañeros han dicho hasta la saciedad que no hay tal. No hay ciencia occidental versus oriental, ni ciencia fifí contra ciencia chaira, por supuesto. Hay, eso sí, ciencia mala y ciencia buena, no porque la ciencia en sí sea mala, sino porque la practican mediocres.
Agregaré yo una nueva categoría: ciencia chiquita. No es chiquita por contraposición a lo que el historiador Derek de Solla Price llamaba Big Science, cuya escala amerita el concurso de recursos internacionales, como el Gran Colisionador de Hadrones, que hasta para un país rico es imposible de solventar solo.
No, la ciencia chiquita a la que yo me refiero es a la que nace corta de miras, tullida, de alcance corto por la miopía de quienes la proponen y la promueven. Como acaba de ser el Día Mundial del Medio Ambiente, habitualmente México se suma a las iniciativas de otros países para buscar soluciones regionales, integradas. No esta vez.
Se dijo que en el tránsito hacia las tecnologías apropiadas hay que ciudadanizar el proceso, para no caer en gigantismos nocivos. O sea, hay que involucrar al ciudadanos para que busquen soluciones chiquitas, como la mentalidad de quienes tal cosa proponen, para que no le roben su viento con las horribles turbinas eólicas.
No hay que invertir en ciencia que no tenga aplicación inmediata porque somos pobres y además se nos puede ocurrir la idiotez de apostarle a un telescopio en vez de llevarles soluciones peladitas y en la boca a nuestros pobres.
Y se nos dice que habrá sacrificios. La ciencia chiquita por su origen mental es también una ciencia más chiquita en los apoyos que recibe porque el pueblo necesita beisbol, no conocimiento. Así lo dice el Ganso Mayor, experto en esta lides, y asienten al unísono los gansos de su parvada: beisbol sí, ciencia no, porque son unos machuchones privilegiados.
El Presidente ya aprendió la receta. Pone a gente con credenciales, pero totalmente afín a su causa. Ecce homo, dice, presumiendo las credenciales que le permiten seguir cocinando una ciencia chiquita. Y los gansos aplauden. Y la ignorancia avanza. Ay.