En un tiempo yo quise ser científico. Me imaginaba en un laboratorio y sobre todo que escribía sobre ciencia y que fascinaba a todo mundo. Me veía como un Isaac Asimov o un Carl Sagan tropical.
Con el tiempo migré a Stephen Jay Gould y empecé a leer a científicos amenos como Stephen Morowitz o Peter Medawar. Me imaginé entonces como un escritor de culto, capaz de conectar los hechos de la ciencia con las amenidades de la cultura, lo que se me hizo mejor porque significaba hacer de la ciencia parte de las cosas que todo mundo querría saber.
El tiempo pone todas las cosas en su lugar.
No fui científico ni siquiera ingeniero, ni nada. Sí me hice escritor, en el sentido de que vivo de escribir, y en ese sentido he sido afortunado, porque nunca he dejado ni de escribir ni de aprender. Y de alguna manera la ciencia sigue estando en el corazón de lo que escribo, aunque solo sea por la manera en que trato de ver el mundo como un gran tapiz que se va llenando de datos, revelando a cada paso la majestad de la realidad.
Y siempre ha pensado que los científicos, sobre todo los mexicanos, son algo así como mi profesor de sexto: héroes el bata de laboratorio.
Héroes porque podrían irse a cualquier parte del mundo para que les fuera mejor. Pero no. Se quedan: desde Ruy Pérez Tamayo hasta Antonio Lazcano Araujo, desde Valeria Souza hasta Julieta Fierro, todos ellos y muchos otros hacen del pensamiento una gloria y de la discusión un jardín, alimentando en los jóvenes esa curiosidad que está en la base de todo lo grande que produce nuestro intelecto.
Ahora todo eso está en peligro. En nombre de los pobres y de los sin techo, parece estar llegando a los altos mandos de la ciencia una casta de personas más interesadas en la paridad que en la calidad, en la corrección política que en la razón. Enarbolando una bandera falaz, quieren acabar con las riquezas de la discusión y la opinión y la diferencia para empujar un poder vertical.
Los científicos están inermes. Ajenos a la discusión política; son peces de otras aguas. Gavilanes de pico duro, mirada hipócrita y ávidos de poder les han llamado mafiosos. Están logrando, con la sola amenaza, que me pregunte si la ciencia mexicana logrará sobrevivir. O si solo se limitará a medrar.