Compré una Bici. Después de casi veinte años de no subirme a una decidíregalármela.
La he usado casi todos los días desde la Navidad. Tuve ganas de sentir otra vez el viento en la cara y recordarme ese niño que pedalea hacia algún destino siempre tan emocionante como imaginario.
Esto es para mí la bicicleta. Nada más. Recuperar una alegría primaria.
No están entre mis objetivos bicicleteros hacer ejercicio, cuidar la salud, hablar en nombre de causas altisonantes, promover una movilidad urbana alternativa, asumirme como miembro de una minoría moralmente superior,o presumir que estoy salvando al planeta de un histérico desastre ecológico.
Tampoco me interesa andar en parvadas ciclistas deteniendo el tráfico citadino y adaptándome a recorridos, rutas y rutinas que como toda actividad con mucha gente coartan el libre albedrio; el mío, el tuyo, y el de los otros.
Mi bici es sencilla,igual que las bicicletas de los trabajadores manuales que cada mañana circulan por el vecindario.
No esuno de esos artefactos hechos de sofisticadasaleacionesy con mecanismos al parecerdiseñados por la NASA.Me gano la vida haciendo simple lo complejoy esa sencillez no quiero perderla ni en mis ratos de ocio.
La bicicleta te hace olvidar el apremio de lo cotidiano, pero jamás te permite ignorar principios que son obvios por loindispensables.
El primero es que debes seguir pedaleando para no caerte. Un segundo es que andar en bici es igual que hacer carne asada.
La pericia siempre proviene de la práctica, no sirve ser impacientes,y si no lo disfrutas ni caso tiene prender el carbón.
Otro principio: El avance es ilusoriamente rectilíneo, se avanza por los círculos que giran.
Se recorren ciclos pues igual que las ruedas la vidatiene que dar vueltas para poder seguir; porque allí de dónde venimos todos habremos de terminar.
Feliz 2020. Que nos anime el viento en la cara, que avancemos alegres, que logremos abrir y cerrar ciclos y que sigamos por aquí otro rato.
