Entendemos la realidad a través de relatos.
Con las narraciones que nos contamos y con las historias que nos cuentan.
Por esto el poder político pretende controlar y manipular la percepción social, la opinión pública y la narrativa popular.
Asusta siempre que el Gobierno tercamente quiera ser faro, luz, y ruta de la Verdad
El régimen actual, la autodenominada cuarta transformación, ha sido especialmente eficaz en machacar dogmas que son sustento para sus intenciones, que son rituales en su doctrina y mantras que repiten sus creyentes.
Aquí algunos dogmas muy visibles de la 4T
El Presidente no es el mexicano más poderoso y privilegiado de todos. No importa si manda en el Congreso, si pueda disponer del Presupuesto, del Ejército y de la fuerza pública, y si controla un micrófono diario y el enorme aparato electoral y propagandístico del Gobierno.
Todo ello nada importa, porque “AMLO” es y sigue siendo un luchador social, un paladín del pueblo asolado por la mafia conservadora, un perseguido político saboteado por opositores perversos.
El Presidente es una víctima de complots golpistas eternamente al acecho, un hombre que debe poseer un Poder sin contrapesos ni límites para así darnos felicidad y bienestar sólo con la garantía de su honestidad.
En la narrativa de la 4T, la Sociedad Civil no existe, tampoco existen los ciudadanos libres.
Existe un pueblo bueno, pero amorfo. Una muchedumbre ignorante y sin rostro que implora la guía moral de un pastor carismático y popular.
La Historia de México no es la historia de los ciudadanos. 1968, 1971, 1985, 1988, 1994, y 2000 son desechables.
Esos años no existen porque no son hitos fundacionales de una sociedad civil que lo único que hizo durante décadas fue esperar sentada el advenimiento de la 4T.
En la ideología presidencial, México es una historia de hombres fuertes, de héroes impolutos y voluntariosos que con idealismo terco y en contra de todo pronóstico consiguieron imponer su visión.
La suya. La única verdadera. La moralmente legítima.
