Entre el presidente López Obrador y la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación hay más coincidencias que desacuerdos, a pesar de los bloqueos a los que se vio sujeto el fin de semana en su gira por Chiapas.
Ambos practican la política radical, juegan en los extremos, apuestan a tensar los límites de lo políticamente correcto pero no rompen la liga, al final terminan por quedarse en el sistema, por buscar el acuerdo y lograr mover posturas.
Les ha funcionado, uno es presidente gracias a su persistencia, la otra creció y se ha extendido hasta llegar a representar a medio millón de maestros, en 33 secciones sindicales.
La CNTE depende de la movilización tanto como el Presidente, sin ella no se entiende, es su principal característica a pesar de ser tan diversa como el país. Su escasa presencia en el norte va de la mano de su extrema politización en Oaxaca, por ejemplo, contrastes que la caracterizan.
Ambos se opusieron a la reforma educativa de Peña Nieto, pero de ella solo se ha eliminado el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación y el Servicio Profesional Docente.
López Obrador sufrió durante décadas persecuciones y un acoso mediático que lo etiquetó como “un peligro para México”. Así también la CNTE ha sido criminalizada, sus dirigentes perseguidos y culpados del atraso educativo y prácticamente de casi todos los problemas de la educación en México.
En la discusión pública ha privado una versión sobre la CNTE que la coloca como una facción mercenaria y violenta. Pocas veces hubo voces que se acercaran a escuchar a los maestros de forma directa, a conocerlos y entender sus formas de lucha y movilización.
En política no funciona santificar ni demonizar a nadie, pues hacerlo solo oscurece el entendimiento de lo que realmente son los fenómenos políticos.
El desprecio por las ciencias sociales que reinó durante el neoliberalismo puede explicar esa visión instrumentalista de la CNTE, vaciada de contenido político y social.
La CNTE ha sido una organización diversa y descentralizada, con tácticas de lucha y movilización similares a las empleadas en distintos momentos de su carrera por el actual presidente.
Es cierto que hay una fracción de la CNTE que tiene conexión con movimientos insurgentes o guerrilleros, pero generalizar es simplificar la realidad y negarse a entender que estamos frente a un actor más en el espectro que, de quererlo, podría convertirse incluso en partido político.
Para susto de los “expertos” en seguridad y asombro de quienes les preocupa la integridad del Presidente, la CNTE volvió a bloquear al Presidente en dos ocasiones más este fin de semana.
Primero fue el viernes en Tuxtla Gutiérrez, el sábado en Frontera Comalapa y la tercera ocasión tocó en Tapachula, el domingo. En ninguna de ellas cedió el Presidente y tampoco hubo uso de la fuerza para dispersar el bloqueo.
La reacción de López Obrador fue encomiable, pues aguantó los bloqueos y hasta diseñó sus propias consignas: “Ni Frena ni la CNTE detienen al Presidente”. A la CNTE tampoco hay quien la detenga.
Héctor Zamarrón
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