"Ni los veo, ni los oigo," decía Salinas de Gortari a la oposición durante su mandato. Hoy, Alito Moreno la hace suya al ignorar las voces que lo critican.
No se pueden decir sorprendidos, ilusos los que esperaban otra cosa diferente del presidente del PRI, Alito Moreno. En el fascinante y a veces tragicómico escenario de la política mexicana, el PRI siempre sabe cómo darnos material para el drama. Alejandro "Alito" Moreno, fiel a su estilo, ha decidido que el trono del partido es demasiado cómodo para dejarlo ir, y así, con la gracia de un elefante en una tienda de cristales, ha maniobrado para modificar los estatutos y perpetuarse en la dirigencia.
Sí, estimados lectores, no es una broma de mal gusto ni una parodia de nuestro querido sistema político. Alito Moreno, con una habilidad casi envidiable para la autoconservación, ha logrado lo que muchos consideraban imposible: torcer los estatutos del PRI para asegurarse una reelección. Es como si el tiempo no pasara, y el viejo PRI, ese que conocemos tan bien, estuviera de vuelta, listo para darnos más de lo mismo.
Pero, ¡oh sorpresa!, no todos en el PRI están contentos con esta jugada. Figuras importantes dentro del partido han alzado la voz, criticando las reformas a los estatutos. Afirman que esto es un retroceso, que no representa el espíritu democrático que el partido quiere proyectar. Y que lo hecho por Alito con el respaldo a mano alzada de su “consejo político” amañado, es la muerte anunciada del PRI. Pero, claro, en el PRI, la democracia interna es más una idea abstracta que una práctica cotidiana. Las críticas se escuchan, pero ¿a quién le importa? Alito sigue firme, navegando en su mar de autocomplacencia, como si su objetivo personal y su proyecto de vida fuera sepultar y escribir en una lápida: "Aquí yace un partido político que alguna vez fue grande".
Modificar los estatutos para perpetuarse en la dirigencia es un arte en el PRI. Alito no ha hecho más que seguir una tradición venerable, una que nos recuerda que en este partido, el cambio es una ilusión y la permanencia en el poder, una obsesión. Es como si estuvieran atrapados en un bucle temporal donde la modernización y la adaptación son conceptos extraterrestres.
Y hablando de ilusiones rotas, hablemos de Xóchitl Gálvez. La cual en retrospectiva, nunca tuvo una oportunidad real. Con el respaldo del PRI y su querido líder, la suerte estaba echada. ¿Cómo podía ganar popularidad cuando su apoyo venía de un partido que la ciudadanía ve con tanto escepticismo? La popularidad del PRI está tan erosionada que hasta el más carismático de los candidatos sufriría bajo su sombra. Con Alito Moreno y su reelección, les han dado la razón a todos sus críticos. Y si la mayoría no votó por Xóchitl, no necesariamente fue por ella, sino en gran medida, por el beso de Judas de Alito Moreno.
Y en medio de todo este alboroto, no podemos olvidar la reacción del electorado. Los ciudadanos están hartos de los juegos políticos y las maniobras descaradas. La reelección de Alito no solo demuestra una falta de visión y renovación en el PRI, sino que también subestima la inteligencia de los votantes. La política mexicana necesita líderes que escuchen y respondan a las necesidades del pueblo, no que se aferren al poder a toda costa. La permanencia de Alito en la dirigencia es un recordatorio doloroso de por qué tantos mexicanos han perdido la fe en sus instituciones. Mientras el PRI siga repitiendo los errores del pasado, seguirá condenado a la irrelevancia en el futuro.