Cultura

Ollas sucias

  • Sentido contrario
  • Ollas sucias
  • Héctor Rivera

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Soy un devoto de las emisiones televisivas de gastronomía. Veo con frecuencia a cocineros famosos preparando toda suerte de platillos. Hay quienes preparan comida internacional al modo de Dubái, Sudáfrica o Jamaica, o comida mexicana como cochinita pibil, mole poblano, albóndigas, etcétera. Pero hay cocineros que sufren lo indecible con sus guisos.

Hace poco me referí aquí al chef británico Jamie Oliver, célebre por sus atrevimientos al abordar recetas tradicionales. Es un verdadero iconoclasta de los fogones.

Tan exitosa ha sido su carrera profesional que abrió una cadena enorme de restaurantes, ha viajado por buena parte del mundo con una cocina móvil interpretando a su modo irreverente los hábitos culinarios locales, ha puesto a la venta en los grandes almacenes una línea de costosos productos para cocinar que lleva su nombre y aparece con frecuencia en la televisión mostrando a la audiencia sus métodos culinarios. Pero hace poco un rayo lo partió por la mitad. Entró en quiebra, debió cerrar buena parte de sus establecimientos y despedir a decenas de sus empleados y desapareció de los televisores.

Tal vez uno de los detonantes de su escandaloso fracaso fue su empeño en agregar chorizo a la paella. Defendió durante largo tiempo su receta mientras los españoles puristas le recordaban a su progenitora sin parar. Hasta la fecha Oliver insiste en su propuesta a pesar de todo.

Otra que se metió en líos en pleno éxito fue la británica Nigella Lawson. De familia célebre y acaudalada, era una figura frecuente en la televisión, asociada con la preparación de platillos en los que raramente no figuraba el chocolate como uno de sus ingredientes favoritos. Hasta que se agarró del chongo con el magnate Charles Saatchi, su marido, en un exclusivo restorán británico. La noticia y las imágenes del incidente causaron revuelo, lo mismo que los testimonios ante la ley de su servidumbre en el sentido de que consumía a menudo sustancias prohibidas. Se chupa los dedos con sobrantes de comida ante las cámaras, fajonea a los técnicos del estudio y usa ropa entallada muy sugerente. No por nada muchos la conocen como “la reina de la porno cocina”. Desapareció también de las pantallas caseras.

La que ha provocado un gran escándalo ahora es la estadunidense Ina Garten, una mujer sofisticada y amable que suele preparar glamorosos guisos de alto costo. Algo así como pichones con champaña. Le pasó más o menos lo que a Oliver. Rompió las reglas. O mejor dicho, metió la pata mientras preparaba pozole ante las cámaras de televisión, cuando los mexicanos celebrábamos con furor las fiestas patrias. Vertió en su cacerola maíz de lata, frijoles, pimiento amarillo, chile poblano, queso cheddar, totopos y salsa verde.

Ina no solo traicionó un plato emblemático de la cocina mexicana. También nos mandó al consultorio del gastroenterólogo más cercano. 

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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