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Michelin

  • Sentido contrario
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  • Héctor Rivera

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Imagino los sufrimientos indecibles de Vatel. Su enojo y frustración si alguien en la corte  le reclamaba por una pluma hallada en el pollo, una escama en un pescado, si había poca sal en los alimentos o demasiada azúcar en los postres, si las cenizas de los fuegos artificiales habían mancillado los manteles, si los vinos tenían un sabor avinagrado, y un largo etcétera.

Durante largo tiempo el chef de las cocinas del rey Luis II, el obsesivo y riguroso cocinero suizo soportó todo lo que debía soportar un hombre que vivía su oficio como una suerte de gozoso apostolado. Hasta que un día, mientras preparaba un descomunal banquete para el rey Luis XIV y sus 2 mil invitados supo que el pescadero no había cumplido con su compromiso. Su ánimo se derrumbó ante la devastadora noticia que hacía pedazos su elaborado menú. Sin mucho pensarlo se encaminó a la cocina y ahí se suicidó a sus 40. Lo encontró un ayudante que llegó a avisarle que por fin había llegado el pescadero. Era el 24 de abril de 1671 en Chantilly, Francia.

Muchos cocineros han optado por privarse de la vida desde entonces, impulsados por sus obsesiones frente a los fogones. Algunos tienen cara de locos, como científicos de altos vuelos, ensimismados en su monólogo interior, otros parecen hombres de negocios que no salen de la bolsa de valores. Algunos padecen una suerte de inmadurez cerebral que los impulsa a la creación de platos verdaderamente geniales. Pero todos viven entre nubes y tormentas y tienen rigores y aspiraciones similares.

Hasta hace poco uno de sus sueños permanentes era hacerse con una de las estrellas Michelin que otorga cada año la celebre guía de viajes de la empresa francesa fabricante de llantas para automóvil. Cada estrella obtenida aumentaba el prestigio de los locales beneficiados, los hacía más selectos y también más caros.

Sin embargo, desde hace unos años la institución llantera comenzó a ver disminuido su prestigio. Algunos cocineros comenzaron a quejarse por las jornadas extenuantes, los esfuerzos descomunales, el estrés sin fin, los largos días de vigilia invertidos para aspirar a obtener un premio concedido por un inspector anónimo que visitaba su local como un cliente cualquiera.

Ahora la Guía Michelin acaba de entregar sus reconocimientos correspondientes al 2020 y los gritos y sombrerazos no se han hecho esperar. Muchos cocineros de altos vuelos se han rehusado a recibir el reconocimiento. Quieren disfrutar y no sufrir mientras cocinan. Y tienen razón.

Pero esta vez Michelin vivió horas inéditas cuando un reconocido chef, el francés Marc Veyrat, le armó un escándalo mientras terminaba de imprimir la ultima edición de su famosa guía. Acusó a los editores de ser los causantes de la depresión que padecía y pidió que su restorán fuera retirado de las recomendaciones. Y por si fuera poco los demandó, aunque perdió. Por ahora. 

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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