Cultura

Malos tiempos para la lírica

  • Sentido contrario
  • Malos tiempos para la lírica
  • Héctor Rivera

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Cuando David Wark Griffith, el creador del modelo narrativo cinematográfico que conocemos,  pasó a mejor vida, solo unas cuantas personas acudieron a despedirlo en la funeraria, entre ellas Orson Welles. El realizador, uno de los más grandes genios de la expresión fílmica, se quejó con mucha indignación de los malos tratos que Griffith había recibido de la industria hollywoodense a pesar de lo mucho que había contribuido a su grandeza. Encima del sobrio catafalco sin adornos alguien puso una fotografía del autor de Intolerancia. Vestido de traje, con una sobria corbata, el director parecía más bien un vendedor de autos Ford, una imagen muy lejana del personaje que protagonizaba la breve ceremonia fúnebre. Después de una vida de éxitos profesionales, de audacias cinematográficas, malabares financieros y aventuras amorosas, el hombre que se encaminaba rumbo al otro mundo había rodado en sus últimos años entre hoteluchos de mala muerte, cantinas de alcoholes baratos y desaires amorosos y había exhalado su último suspiro en un hospital donde nada pudieron hacer para salvarle la vida luego de un derrame cerebral. Su alcoholismo ya era lo de menos.

Griffith no solo había puesto en práctica la mayor parte de las herramientas que habían dotado al cine de un elocuente discurso, sino que había empleado muchas de ellas en una sola de sus decenas de películas. Tal vez el sentimiento de culpa que invadió a muchos cineastas por no haberle hecho caso cuando les pedía trabajo o algo de dinero para pasar sus días en las tabernas, llevó a la industria a la creación del premio David Wark Griffith que la Asociación de Directores de Hollywood entregaba puntualmente cada año desde 1953 al mejor cineasta de Hollywood. El premio llenó de orgullo a cineastas como Woody Allen, Alfred Hitchcock, Ingmar Bergman y Stanley Kubrick, hasta 1999, cuando desapareció después de que alguien tuvo a bien recordar que Griffith sí había sido muy talentoso pero también muy racista.

A juzgar por lo que sucede en estos días en Alemania parece en realidad que el cine no tiene muy buena memoria. En medio de un escándalo que comienza a asomar ahora se acaba de descubrir que Alfred Bauer, el director fundador del Festival de Cine de Berlín que dio su nombre a uno de los premios más importantes del certamen, era un nazi irredento.

Con un conocimiento profundo y entusiasta de la producción fílmica germana, en particular del periodo nazi, Bauer era un funcionario querido y admirado por el mundo del cine. Conoció y frecuentó a muchos realizadores, actores y productores del cine de la época y condujo con mucha eficiencia los destinos de la Berlinale, mientras los más talentosos sufrían persecución y exilio durante los largos días hitlerianos.

Su único defecto es que era la mugre de la uña de Joseph Goebbels, el ministro de Propaganda de Hitler. 

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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