Desde que desapareció misteriosamente el 3 de mayo de 2007 en un lujoso conjunto hotelero en Algarve, Portugal, Madeleine McCann vive en una suerte de limbo mediático. La prensa da cuenta a menudo de que ha sido vista prácticamente en cada rincón del mundo. En Turquía, en Italia, en Paraguay, Malta, en Bélgica, en Colombia, en Marruecos.
En el curso de sus vacaciones en un centro turístico muy concurrido por familias europeas adineradas, los padres de Maddie, de nacionalidad británica, se reunieron a cenar en un restorán con unos amigos aquella noche de mayo de hace 12 años. Enfrente, a unos cuantos pasos, en la habitación que ocupaban, quedaron en sus camas la niña de cuatro años y sus hermanos gemelos de dos años. Su madre, Kate McCann, se levantaba de la mesa y se encaminaba de vez en cuando a la habitación para ver que sus hijos estuvieran bien. Sin embargo, a las diez de la noche, la señora McCann ya no encontró a su hija. Traviesa, latosa, inquieta, como la describió su madre, Maddie se convirtió desde entonces en uno de los rostros más populares en buena parte del mundo. Apareció en las botellas de leche, en portadas de diarios y revistas, en la televisión, en libros. Reportes de sus apariciones en los lugares más insospechados iban y venían sin ningún resultado. Brigadas de búsqueda se organizaron por todas partes. La policía internacional estaba tras cualquier pista. Había sospechosos por montones. Pero Maddie nunca apareció.
Incapaz de resolver el enigma, la policía portuguesa, presionada hasta el extremo, no tuvo reparos para culpar a los McCann de un crimen sin evidencias. La niña, dedujeron, murió accidentalmente y sus padres habrían ocultado el cadáver y simulado enseguida un secuestro.
La desaparición de Maddie fue asumida como un asunto policiaco de la mayor importancia por Scotland Yard y siguen hasta ahora empeñados en una búsqueda que ha costado ya millones de dólares.
Pero la niña, que es ahora una adolescente de 16 años, se niega a desaparecer de los boletines policiacos. Mientras los informes sobre su aparición en cualquier ciudad del mundo no cesan, la televisión ha visto en ella un personaje suficientemente atractivo para garantizar el éxito económico de sus melodramáticas producciones. Netflix, por ejemplo, acaba de integrar a su menú la primera temporada de la teleserie La desaparición de Madeleine McCann. La serie describe en tono documental, con entrevistas y el registro con imágenes de los lugares donde ocurrió la desaparición de la niña, las circunstancias que rodearon al suceso. Otra serie con idéntico título se está trasmitiendo a través de la cadena DKISS y Discovery está emitiendo Madeleine McCann: an ID murder mystery. Todas bordan en torno a la posibilidad de que una banda internacional de pedófilos se haya robado a la pequeña y se hacen la misma pregunta: ¿está viva Maddie?