Cultura

Lágrimas de hielo

  • Sentido contrario
  • Lágrimas de hielo
  • Héctor Rivera

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Mi padre fue alpinista toda su vida. Con frecuencia lo veía salir de casa con su mochila de soldado a cuestas, con sus crampones y su piolet atados al cinto, su gruesa chamarra de lana a cuadros rojos y negros. A mi corta edad me quedaba con el alma en un hilo. Un día mi madre nos reunió a todos sus hijos. Sin llantos ni estremecimientos nos dijo que mi padre había desaparecido mientras ascendía al Iztaccíhuatl con un grupo de montañeros. Una prolongada ventisca helada y la oscuridad de la noche los había separado. Ninguno habría sobrevivido. Lloramos todos en silencio.

Una tarde fría nos volvió a reunir para decirnos que habían encontrado a mi padre. Alguno de sus compañeros había muerto atacado por la viruela durante el ascenso. A otro le habían amputado un pierna congelada. Uno más habría perdido los dedos de una mano. Mañana su padre estará de regreso al atardecer.

Al día siguiente lo fuimos a esperar a la parada del autobús. Estaba con toda la ropa embarrada de lodo, la barba crecida, los cabellos enmarañados. Se le veía agotado y olía a rayos. Aquel hombre que nunca sonreía ni conversaba parecía más o menos contento de volver a vernos. Camino a casa le ayudé cargando el piolet que él mismo había tallado y barnizado sobre un tinte rojo.

En aquellos lejanos días de mi infancia el alpinismo era un deporte asociado con el heroísmo. Mi querido amigo Juanito tenía un hermano, Rafael, alto, fortachón, barbudo. Pertenecía al Socorro Alpino. Era nuestro ídolo. Con frecuencia lo veíamos bajar las escaleras del edificio de enfrente con su mochila enorme, sus botas montañeras, sus medias de lana, su chamarra llena de etiquetas que hablaban a gritos de su heroísmo, en particular con la Cruz Roja. Un día maldito supimos que Rafa estaba perdido en algún lugar del Pico de Orizaba.

Después de varios días de afanosa búsqueda lo sacaron muerto del fondo de una cañada. Congelado, con las piernas rotas, mordisqueado por los animales, no volvió a llamarnos ratones entre carcajadas juguetonas. Lo lloramos todos como si fuera una entrañable propiedad colectiva.

Hoy día el alpinismo es un deporte para ricos. Muy lejos del heroísmo, un montón de ricachones gastan millonadas en la compra de coloridos trajes térmicos, botas de moda, mochilas elegantes, piolets de diseño artístico, tanquecillos de oxígeno, gafas espectaculares, banderines y costosos crampones. Pero sobre todo compran a precio de oro un paquete turístico que los lleva desde su lugar de origen hasta el pie del Everest, les garantiza alimentación y refugios. El paquete incluye los servicios de un guía y de un helicóptero si se desea. El resultado es el tumulto de escaladores que registró con su cámara el alpinista nepalí Nirmal Purja en una imagen que ha dado la vuelta al mundo durante los últimos días. Una suerte de congreso de ricachones en las nevadas alturas.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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