Cultura

La venganza de las langostas

  • Sentido contrario
  • La venganza de las langostas
  • Héctor Rivera

Hace poco, en el curso de una elegante celebración a la que acudimos unos cuantos invitados, se nos ofreció langosta para cenar. En breve fila pasamos por un anexo de la cocina para elegir la que más nos gustaba entre los ejemplares que se arrastraban con cierta parsimonia en una enorme pecera. Una vez cumplida la tarea regresamos a las mesas.

La curiosidad, sin embargo, me detuvo y me hizo regresar. Me asomé a la cocina y pude ver cómo un cocinero hundía su cuchillo en el caparazón de un bello espécimen que se retorcía; otro introducía en el agua hirviendo una langosta que forcejeaba cuanto podía para escapar a su horrendo destino. Eso fue una carnicería que contemplé estupefacto durante un buen rato. Al final, mientras miraba a los cocineros con su expresión de fríos verdugos, pensé con cierta angustia que debía haber elegido alguna otra exquisitez menos cruenta.

De regreso a la mesa comenté lo que había visto. La festejada derramó unas lagrimitas. Su padre me echó una mirada rencorosa. Los demás siguieron sorbiendo su crema de almejas.

Supe luego que el tema de las langostas era un asunto de punzante actualidad. Entre cocineros, comensales y autoridades, en particular en Europa, se discute sobre los animales asesinados violentamente en su azaroso camino rumbo a las mesas. En algunos países como Suiza ya es un delito someter a crueles sufrimientos a las langostas mientras se les transporta o se les prepara en la cocina. No pueden ser sometidas a baños de agua helada, a la refrigeración o a su conservación en hielo. En Nueva Zelanda y en Italia se discute ahora si los cangrejos y las langostas pueden sentir dolor mientras los ánimos de los animalistas se agitan cada vez más. Si tienen sistema nervioso, por supuesto que sienten dolor, alegan con indignación.

Pero las langostas tienen lo suyo, aunque no se lo propongan. De hecho, se han cobrado la vida de muchos pescadores. Casi siempre en condiciones de extrema pobreza, muchos pescadores caribeños basan su economía en los cortos ingresos que obtienen de la venta de las langostas que encuentran sobre todo entre las formaciones rocosas de los fondos marinos. Rápidas, escurridizas y con un caparazón con filosas aristas, las langostas llevan a menudo hasta profundidades peligrosas a los pescadores, que arriesgan su vida muchas veces sin saberlo, sin más equipo que sus pulmones. Con demasiada frecuencia son víctimas del síndrome de descompresión, que llena de burbujas de nitrógeno sobre todo su sistema circulatorio. Sufren entonces horribles dolores, mutilaciones, la parálisis de sus extremidades y a menudo la muerte.

En muchos poblados costeros del Caribe son frecuentes las dramáticas imágenes de las víctimas de las langostas moviéndose con ayuda de muletas o sillas de ruedas.

Habrá que ver en qué momento llega la batalla a las más elegantes mesas.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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