Es probable que Anna Netrebko no haya puesto nunca los pies en un quirófano. Quiero decir que con toda certeza jamás ha pasado por la plancha de un cirujano plástico para conseguirse un cuerpo perfecto.
Para quienes lo saben todo sobre esta soprano de origen ruso que aparenta 20 años su cuerpo podría ser lo que menos importa. Y tendrían razón. Por supuesto, lo primero es su voz extraordinaria, su energía interpretativa, su talento enorme, pero habría que decir también que es pequeña de estatura, de belleza enorme, de agilidad de niña.
La escuché hace unos días en la televisión interpretando a la trágica Violetta en La Traviata. Mientras transcurría el drama derivado de La dama de las camelias de Alejandro Dumás, con la joven dama sufriendo en silencio su tuberculosis y sacrificando su amor por la nobleza de su pretendiente, trataba de imaginar a la Netrebko trabajando para la intendencia del teatro Kirov, limpiando pisos y escaleras. Realmente parece imposible imaginar a esta cenicienta moderna barriendo y trapeando en tanto un funcionario de la ópera rusa, cautivado más por su voz que por su belleza, la introduce al mundo del arte, del rigor, de la alta cultura, le da educación, le facilita el acceso a los repartos operísticos y la convierte en estrella.
Lo demás habrá de correr por su cuenta. Hoy, la Netrebko vive en primera clase en aviones, trenes y hoteles, viaja todo el tiempo, se presenta en los mejores escenarios del mundo y tiene agotada su agenda por lo menos a lo largo de los próximos tres años con un amplio repertorio. A diferencia de María Callas, por ejemplo, parece disfrutar enormemente las exigencias de quienes controlan el mercado de las voces.
La cantante que se acerca a los 50 es una rara avis en el mundillo de la ópera: no es una gorda fatigada ni usa vestidos como carpas, apenas se maquilla, se peina con sencillez y no vive, que se sepa al menos, entre el acohol y las pastillas. Lo único que la hermana formalmente con sus colegas es su historial de divorcios y su maternidad en solitario.
Hay quien dice que solo tiene dos pasiones: comprar ropa y disparar con armas de fuego, no importa que en sus interpretaciones casi siempre parezca frágil e inocente.
Los críticos a menudo coinciden en sus apreciaciones sobre su figura. Aseguran casi siempre que su voz es tan bella como sus piernas. Y ni qué decir de los periodistas. Un reportero que viajó hasta Viena para entrevistarla le da trato de modelo, de estrella del mundo del espectáculo, mientras cuenta cómo la buscan los empleados de la firma Escada para hacerle entrega de su pedido de 90 trajes, vestidos y accesorios.
Pero esos costosos placeres tienen un precio: “A veces me gustaría escapar, no existir, desaparecer del circuito. Pero no es posible. Mi agenda no me lo permite. Tantas veces desearía cancelar una función y decir basta…”
La señora Netrebko
- Sentido contrario
-
-
Héctor Rivera
México /