Era uno de esos seres luminosos que tenía entre sus talentos la extraña capacidad de pasar más o menos desapercibido, cuando en realidad tenía las narices metidas en todas partes. Era un Pinocho oportuno y un Pepe Grillo de altísimo nivel. Desde antes de su fallecimiento en París el 19 de febrero a los 99 años ya era leyenda. Jean Daniel, de hecho, se marchó cuando más falta hacía a medio mundo, en particular a los franceses. Pero se fue también cuando más le convenía, en las horas menos gratas de su vida, mientras luchaba con mucha rabia y enojo contra los achaques que se multiplicaban en su malhumorada vejez.
No hubo quien dejara de lamentar una pérdida de este tamaño, y muchos trajeron a la memoria sus momentos de mayor gloria. Hombre de acción en sus años de juventud, participó en la Segunda Guerra Mundial y peleó por la liberación de París. Al terminar el conflicto bélico comenzó a dedicarse a la escritura y a las tareas editoriales.
Contaba Juan Goytisolo que, como Albert Camus, en sus adentros Daniel libraba una enconada batalla contra su condición de pied noir, un pie negro, como se denominaba a los franceses de origen argelino. La guerra devastadora que entre los 50 y los 60 libraron los franceses contra los argelinos en nombre del colonialismo acabó de desgarrar su alma, en tanto se reducía a escombros su muy cercana relación con Camus.
Militante de izquierda, figura siempre presente en cada capítulo de la historia de la prensa francesa, fundador del Nouvel Observateur, Daniel no solo tuvo encuentros periodísticos con celebridades del tamaño de Jean-Paul Sartre, Claude Lévi-Strauss, Michel Foucault, Edgar Morin, Amos Oz y Milan Kundera, entre muchos otros, también mantuvo conversaciones con líderes de la política mundial como François Mitterrand, Mario Soares, Fidel Castro, John F. Kennedy y Shimon Peres.
De hecho, Daniel vivió los días más intensos de la historia política del mundo como una suerte de indeseable presencia. En este sentido, ha estado en la memoria de muchos en estos días la aventura que el azar le hizo vivir con Castro, mientras fungía oficiosamente como portador de un mensaje de paz negociada del presidente estadunidense en plena Crisis de los Misiles.
El periodista francés había acudido a un encuentro con Kennedy, quien le pidió hacerle llegar un mensaje de paz a Castro. Ya en Cuba, fue invitado por el mandatario cubano a visitar el centro turístico de Varadero. Ahí, mientras conversaban, Castro recibió una llamada que le informaba sobre el atentado en Dallas que acababa de sufrir el presidente estadunidense y, poco después, de su muerte.
Daniel recordaría luego el comentario socarrón del cubano cuando le dijo que hasta ahí había llegado su misión de paz. Pero supo también de la preocupación de Fidel, que ya se veía venir que les echarían el cadáver de Kennedy bajo la alfombra.