Cultura

Fray Óscar

  • Sentido contrario
  • Fray Óscar
  • Héctor Rivera

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Muy a su modo, fray Óscar Mayorga vivió una vida de entrega a los demás, sobre todo a los humildes, a los desposeídos. Solo así entiendo su necesidad de desarraigo, su voluntad de desprenderse de sus escasas pertenencias, de echar unas cuantas cosas en una maleta y treparse en un avión de esos que nos dan miedo para viajar casi en secreto a África.

Siempre decía que su vocación era la de un misionero en las peores condiciones. No solo dormir en un camastro de paja, bañarse en un río, comer lo que regalan los árboles. Quería compartir la adversidad que viven muchos en lugares lejanos y desprotegidos, sufrir lo que ellos sufren y confortarlos con sus palabras cálidas y serenas.

Así, fue a dar a Ruanda y Burundi. Lugares como los que habitaba en sus fantasías de hombre de la Iglesia. Allá enseñó religión, compartió una vida sencilla llena de peligrosas acechanzas y consiguió tener un rebaño bajo su guía.

Hablamos a su regreso. Se le escuchaba fatigado y adolorido desde la ciudad de Oaxaca, donde había hallado cobijo en el templo de Santo Domingo de Guzmán. Ahí había vivido antes una existencia prodigiosa en medio de los reflejos dorados de un altar de oro, una de las cumbres del churrigueresco. Nos emboscaron, me contó con cierta congoja. En el curso de un paseo campestre con su grey fueron atacados por una banda de despiadados paramilitares. Fue una masacre apenas contenida por los empeños de Óscar de poner a salvo a su comunidad entre tiros, carreras, gritos y llantos.

Óscar salió malparado del ataque. Sufrió un derrame cerebral que lo trajo de regreso con su movilidad muy reducida. Le costaba un esfuerzo enorme hasta comer por su propia mano.

Óscar bautizó a mi sobrino Alejandro y en alguna ocasión me pidió que lo llevara a Cuautla para reconfortar a mi padre en vísperas de su muerte. Lo recuerdo vistiendo con orgullo enorme el hábito blanco de los dominicos. Al terminar la misa en la capilla universitaria de Copilco se situaba en la escalinata mirando con afecto a la concurrencia. Ahí se le acercaban un montón de viejas lagartonas que le echaban el perro de la manera más miserable. Pero siempre se deshacía de ellas con un gesto adusto que imponía respeto. Alguien llegó un día a pedirle una bendición para su auto nuevo. Furioso, le respondió: yo no bendigo cosas, bendigo personas.

A mediados de los 70 había fundado el Cinearte CUC, un cineclub que funcionaba con mucho éxito los fines de semana en el auditorio del Centro Universitario Cultural, con sus incómodas 700 butacas. Kurosawa, Fellini, Bergman, Visconti, Pasolini y otros grandes maestros de la cinematografía deslumbraban al vecindario. Muchos directores de cine eran asiduos a esas proyecciones. Óscar era feliz con el éxito de su proyecto.

Fray Óscar Mayorga murió a mediados de noviembre pasado y yo solo quiero despedir al más querido de mis hermanos. 

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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