El arquitecto español Santiago Calatrava, ave de todas las tempestades, estará murmurando en estos días: “no me defiendas, compadre”. Hace poco, en un acto público en la ciudad de Valencia en el que se presentaba uno de esos proyectos arquitectónicos espectaculares, el arquitecto Ricardo Bofill le metió el hombro cuando advirtió con la mayor seriedad: “A pesar de las críticas, Santiago Calatrava es un buen arquitecto, aunque se le caigan cosas”. Una defensa que parecía más bien una agresión.
A sus 68, Calatrava vive y trabaja entre luces y sombras, asociado siempre con portentosas obras siempre espectaculares por sus audacias estéticas, pero en medio de controversias, grandes escándalos y visitas frecuentes a las comisarías.
El arquitecto es un hombre afortunado. Siempre hay quien pague millonadas por sus sorprendentes ideas y firme montones de cheques para financiar aventuras de cristal y acero que con demasiada frecuencia duplican el costo presupuestado originalmente.
Hace unos días comenzó en Dubái la construcción de uno sus últimos proyectos, conocido ya como La Torre. Por supuesto, no se trata de una torre cualquiera, sino del que será el edificio más alto del mundo, con 20 pisos de apartamentos, tres miradores, un hotel, cafeterías y restaurantes. Inspirado en los lirios y en los minaretes de las mezquitas musulmanas, el edificio estará terminado el año próximo, en un tiempo récord. Para la construcción de la esbelta torre que parece un cohete a punto de despegar, Calatrava ha presentado un presupuesto de mil millones de euros.
Quienes saben de arquitectura, ingeniería, construcciones y materiales saben que los presupuestos de las obras normalmente se duplican, lo mismo que los plazos de entrega. Calatrava lo sabe de memoria, sobre todo porque ese tema lo ha llevado muchas veces a comparecer ante la justicia para responder a las querellas de sus indignados clientes. Ahora mismo, por ejemplo, visita con frecuencia los juzgados buscando un acuerdo legal con las autoridades de Venecia, inconformes con los resultados de la construcción de su hermoso Puente de la Constitución. En principio, el arquitecto valenciano ha sido condenado al pago de casi 80 mil euros de indemnización por sus muchas metidas de pata. La mayor de ellas derivada de su cálculo inicial de 7 millones de euros para un proyecto que costó finalmente casi 12.
Quienes conocen su trayectoria y sus capacidades consideran que a Calatrava le hace falta un compañero constructor confiable, eficiente y con una idea clara del ejercicio presupuestal. Se libraría así del alud de demandas que lo mantienen ocupado con pleitos legales, más allá de su despacho. Su creatividad vale más que las horas que desperdicia en los tribunales.
Sus obras, que emulan a menudo elegantes aves y flores posándose sobre cristalinos territorios acuáticos, se lo agradecerían.