Por alguna razón que bailoteaba en su tortuosa cabeza, Alfred Hitchcock nunca dio demasiadas explicaciones sobre los motivos que lo llevaron a emprender una segunda versión de su exitosa película El hombre que sabía demasiado. Todavía tuvo el desacierto de asumir que la primera versión, filmada en 1934, era la obra de un aficionado de talento y la segunda, realizada en 1956, la de un profesional.
Presuntuoso como era, quiso destacar tal vez la importancia de su segunda versión por su producción hollywoodense, a la medida del público y la industria fílmica estadunidenses, con la participación a la cabeza del reparto de estrellas de cierta fama en la época, como Doris Day y James Stewart.
Doris Day, que acaba de fallecer a los 97, era entonces lo mejor que le podía pasar para los fines que perseguía, en la medida en que solía encarnar en el cine a señoras listas y decentes de clase media más o menos alta. Stewart por su parte fue un actor fetiche del realizador británico, que supo interpretar siempre con mucha
fortuna sus muy precisas instrucciones. Una de sus colaboraciones, la de Vértigo, dio lugar a la mejor película de Hitchcock. Al realizador le obsesionaban los juegos de miradas y Stewart entendió a la perfección las sutilezas que le pedía. Por su mirada sabemos que ha caído enamorado de la mujer que debía cuidar, que ha perdido la razón, que se siente avergonzado, que ha caído en una trampa. Las miradas hitchcockianas tienen uno de sus puntos más altos en La ventana indiscreta. Stewart, un fotógrafo inmovilizado frente a su ventana por su pierna rota, registra con su mirada, casi en una frenética actividad voyeurística, cada movimiento en la vida de su vecindario, incluido un asesinato.
Doris Day nunca me pareció particularmente digna de elogio en sus celebradas actuaciones. Imagino que murió sin saber que buena parte de sus interpretaciones en el terreno de la comedia americana conectaban con el talento de Ernest Lubitsch, emigrado de Alemania a Hollywood, los mejores días del expresionismo germano.
Tampoco me pareció mejor la segunda versión de El hombre que sabía demasiado, y no es por el trabajo de Doris Day, que es sin duda muy puntual, como lo es también el de Stewart.
Pero la primera versión de El hombre que sabía demasiado es una obra que se inscribe con deliciosa fortuna en el itinerario creativo de un Hitchcock muy joven e imaginativo. Solo ese Hitchcock sin malicia industrial podía presentar a un elegante espía muriendo baleado en medio de un baile, casi pidiendo disculpas con la ropa agujereada y manchada de sangre. O al jefe de la banda de criminales invitando a su secuestrado a compartir los alimentos, a los malosos librando una feroz batalla a sillazos contra sus víctimas y a un arma irrumpiendo en el campo visual lleno de lágrimas de la madre de la pequeña secuestrada.