Volaba hace unos días a Puerto Escondido con mis hijos. Unos minutos después de que el avión alcanzara altura y estabilidad, aparecieron un par de sobrecargos con el carrito de las esperadas bebidas y botanas. Sentada a mi lado, mi hija notó que no daban a los pasajeros paquetitos de papitas, cacahuates o galletas. La mayoría de los viajeros ponían cara de enojo cuando llegaba el carrito junto a ellos y rechazaban lo que se les ofrecía. Cuando las sobrecargos llegaban a nuestros asientos mi hija me preguntó si nos darían un puñado de papitas en las manos. Pero no, la empleada nos pidió una tarjeta de crédito para pagar la botana. Le dimos las gracias y nos quedamos con nuestra perplejidad.
Nunca me había ocurrido que me pidieran en un avión firmar por la compra de unas papas fritas, como si volara a bordo de un Oxxo. Hasta entonces mis peores experiencias con sobrecargos y alimentos ocurrieron mientras fui testigo de como una aeromoza le dijo en un tono muy agrio a una señora que no era su sirvienta para ir a calentar el biberón de su bebé. Otra vez vi como una sobrecargo le exigía a gritos a una pasajera que le devolviera los trastecillos de plástico en que le habían servido un sándwich y una bebida. Frente a todos los pasajeros la hizo sacarlos de su bolsa y entregárselos.
Tengo en cambio muy gratos recuerdos de escalas en aeropuertos lejanos. Mientras subían los alimentos al avión, entre brumas heladas, los aromas se multiplicaban en la cabina. Pero los más adorables son los viajes en los que los pasajeros reciben una carta con tres o cuatro opciones gastronómicas, incluidos los vinos correspondientes.
En este tipo de vuelos la política de las líneas aéreas es mantener ocupados a los pasajeros consumiendo alimentos todo el viaje, de manera que las sobrecargos van y vienen casi todo el tiempo ofreciendo sus ricas viandas. El éxito de esta comida puede medirse a partir del anuncio reciente de Air Asia en el sentido de que se dispone a abrir un restorán en Kuala Lumpur para vender alimentos como los que suministra a sus pasajeros. El éxito seguramente está garantizado, aunque eso no quiere decir necesariamente que los alimentos sean muy diferentes a los que expende un restorán de comida rápida.
En realidad se trata posiblemente de un recurso para obtener beneficios de la comida que se desperdicia en los aviones. Y no es decir poca cosa si se considera que las líneas aéreas de todo el mundo desperdician en conjunto unos 4 mil 500 millones de dólares al año en alimentos que por diversas razones no llegan al paladar de los viajeros, según acaba de informar la Asociación Internacional de Transporte Aéreo.
Si otras líneas aéreas siguen el ejemplo de Air Asia podrán beneficiarse de los 5.2 millones de toneladas que desperdician sus operaciones, mientras alguna aerolínea mexicana seguirá vendiendo papitas.