Uno de los pronósticos que hay mirar con mucho detalle es el de los empleos: en los países latinoamericanos la creación de puestos de trabajo será débil en 2024, de acuerdo a la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT). En el informe Coyuntura laboral para América Latina y el Caribe se destaca que la desaceleración económica puede generar mayores obstáculos para que el empleo asalariado y formal crezca, en tanto lo que podría aumentar es el trabajo informal, sin salario fijo.
En el mismo sentido, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en su informe Situación y Perspectivas de la economía mundial 2024 advierte que las condiciones del mercado de trabajo de muchos países en desarrollo probablemente se deterioren. En el caso de México, el dinamismo del mercado de trabajo se verá afectado sobre todo por la desaceleración de la economía de Estados Unidos. A nivel global hay una tendencia de reducción del ritmo de crecimiento económico, lo que se traduce como menor dinamismo y, por lo tanto, menor generación de oportunidades laborales, así como probablemente menor calidad de los puestos que aparezcan.
Si a esto le sumamos la preocupación latinoamericana por la falta de preparación de los jóvenes para enfrentar las demandas de la digitalización, entonces el escenario se vuelve más complejo e incierto. En el estudio Desafíos y oportunidades para la inclusión laboral de las personas jóvenes y la redistribución del trabajo de cuidados, la Cepal y la OIT advierten que hay un desempate entre la demanda generada por los cambios tecnológicos y la oferta de capacidades y habilidades. En otras palabras, los nuevos empleos demandan competencias, y habilidades que nuestros jóvenes no están desarrollando.
Cuando las proyecciones del mercado de trabajo apuntan a la fragilidad o al escaso aumento de las oportunidades formales, el golpe es directo para millones de personas que dependen de un buen trabajo, un buen salario, un buen ingreso y, sobre todo, de la estabilidad que permite atender necesidades básicas y mejorar las condiciones de vida. La calidad de los empleos es demasiado importante para economías precarizadas que viven un profundo malestar por la pobreza, la desigualdad y la inseguridad. Si hay alguna forma de mejorar, de salir adelante, de emerger de lo precario es mediante buenos empleos.
La fragilidad de los mercados laborales latinoamericanos contrasta con las grandes necesidades sociales. Millones de familias dependen de que mejoren las condiciones laborales, de que haya mejores empleos y mejores salarios, para poder enfrentar los costos del día a día y la urgente necesidad de la educación y la salud. América Latina necesita una fuerte recuperación de la calidad del empleo y esto va más allá de las coyunturas o los buenos resultados de algunos indicadores. ¿Cómo generamos mejores puestos de trabajo? Esa es la pregunta que debemos responder.