Lo que parecía una fuerte escalada en la crisis entre Irán y Estados Unidos, después de los ataques a bases norteamericanas con misiles balísticos iraníes, producto del asesinato del general Soleimani por orden de Donald Trump, terminó con un discurso conciliador del magnate (tomando en cuenta sus estándares), y no con la respuesta militar norteamericana contra 52 sitios culturales con la que había amenizado a los persas, y que muchos en todo el mundo temían que pudiera degenerar en una guerra a gran escala. Incluso en las redes sociales se hablaba de una tercera guerra mundial. La realidad, a juzgar por los mensajes que envían ambos países, es que eso no sucederá ni n el corto ni en el mediano plazo: dentro de todo este complejo conflicto estamos ante el escenario menos malo, al menos por ahora.
¿Terminó entonces ya el problema? Por supuesto que no. La crisis seguirá, los iraníes tratarán de que los militares estadunidenses se vayan de Irak y, aunque sea de manera no oficial, continuarán vengando la muerte de su general, y seguirán ataques como los de ayer cerca de la embajada norteamericana en Bagdad. Mientras, Estados Unidos, además de las sanciones contra Irán anunciadas por Trump, aprovecharán cualquier oportunidad para contrarrestar o eliminar agentes afines a las milicias iraníes. Difícilmente habrá una guerra tradicional como muchos vaticinaban, pero sí veremos una especie de guerra fría, o más bien una guerra tibia, en la que la retórica desafiante y las acciones espectaculares concretas serán la norma, aumentando, eso sí, la complejidad de la situación en Medio Oriente.
Apunte spiritualis. Lo cierto es que ni a Estados Unidos, ni a Irán, les conviene una confrontación armada tradicional. Trump lo que menos quiere es embarcarse en una guerra como la de Irak, y menos en vísperas de las elecciones de este año. E Irán sabe que en una guerra directa no tendría posibilidades contra el poderío norteamericano. Ojalá que esto motive a que vuelva el camino de la diplomacia.