Política

Echeverría y el poder absoluto

Entre el 8 y 9 de julio del 2022 murió Luis Echeverría. Prohombre según los medios de comunicación entre 1970 y el 76, el expresidente de México fue señalado y denostado tras su salida del poder por sus yerros, todos aderezados por la falta de autocrítica y la sumisión de la clase política de entonces.

Emanado de la burocracia, Echeverría creció de la mano de las sombras del poder que premiaron en su caso más la grilla que el oficio, la intriga por encima de la eficiencia y la sumisión por encima de lo correcto. Funcionó: Díaz Ordaz terminó por cederle el país a su secretario de Gobernación, el último que llegaría desde dicho trampolín a la presidencia.

La mañana del sábado, luego de conocerse la muerte del político, retomé el libro Los Presidentes, escrito por Julio Scherer García.

Scherer, a difierencia de Echeverría, llegó a la cumbre de Excélsior remando contra corriente. En un periódico que era cooperativa pero en el que existían linajes, Julio Scherer fue el reportero que subió con astucia, sí, pero sobre todo trabajo hasta la dirección del Periódico de la Vida Nacional.

A Don Julio le tocó dirigir el diario en el cenit del poder de Echeverría, desde sus maniobras en el movimiento estudiantil del 68 hasta el destape del 76. Scherer vivió el intenso camino hacia la presidencia de un candidato que la propaganda oficial mostraba como imbatible, prohombre que no comía, no dormía y no orinaba, en control de todo: del país y de sus impulsos humanos.

En Los Presidentes, Scherer recupera el camino que transitaban los políticos que llegaban a la cima del poder, la manera en que intentaban diferenciarse del otro a partir de cualidades sobrehumanas no solo en sus capacidades físicas sino en el entendimiento del mexicano. Echeverría -y, para el caso, López Portillo en el clímax de la frivolidad- podía mover al país a metas que nadie hubiera imaginado. Protagonista en el concierto de las naciones, México estaba destinado a ser el líder en el Tercer Mundo de los No Alineados, por lo que su presidente debía viajar e intervenir en todos los asuntos que precisaran de su atención.

Scherer no solo retrata a un individuo en la frenesí del poder absoluto, sino la sumisión mediática de todos los que a su alrededor sabían que la una luz que se permitía era la del presidente. No importaban sus dislates financieros, su desdén casi criminal hacia los empresarios y su seguridad, su olvido del control presupuestal ante el incremento de plazas burocráticas, su presión a los medios de comunicación que llevó a la estatización del canal 13 -y de los cines y varias estaciones de radio, a la limón-. Los medios -incluido Excélsior- estaban en el juego político y del poder total, incluido el momento cumbre de la selección del candidato.

Luis Echeverría insistía que la caída de Scherer de la dirección del periódico tenía que ver no solo con la critica al gobierno de sus editorialistas -comenzando por Cosío Villegas- sino con la preferencia del diario hacia Carlos Gálvez Betancourt por encima de José López Portillo en el destape final. Algo ilógico si consideramos que Scherer y el secretario de Hacienda de Echeverría eran parientes, pero era una muestra más de cómo el poder total -engrandecido desde el embute o la presión- no toleraba sombra alguna.

A la salida de Julio Scherer, Excelsior naufragó durante años, opacándose durante los sexenios de López Portillo y De la Madrid hasta naufragar con Salinas y Zedillo y sobrevivir hasta su rescate.

Luis Echeverría no tuvo quien lo rescatara, ni sus nietos.

El poder presidencial es absoluto, pero no eterno.

Aunque eso no se vea mientras se es presidente.


Gonzalo Oliveros

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