Cultura

Homenaje a Susana Soca

Me retuvo el nombre de Susana Soca, la fina y eminente poeta uruguaya, en ese libro bífido El hacedor de Jorge Luis Borges. 


El argentino le dedica un precioso soneto. Un soneto que funge –cómo no- como síntesis o epítome de la vida de la editora y mecenas que vivió a caballo entre París y Montevideo. A Susana le gustaban los colores, el gusto refinado por la sensibilidad cromática. Por esta razón los versos inaugurales del soneto son indicativos: “Con lento amor miraba los dispersos/colores de la tarde. Le placía/perderse en la compleja melodía/o en la curiosa vida de los versos”. El inicio es estremecedor sobre todo si reparamos en la dolorosa circunstancia de la ceguera del autor, quien reconoce que alguien más urde la delectación visual: una ironía lancinante. En el segundo cuarteto sorprende la alusión a las Parcas en el segundo verso de la estrofa: “No el rojo elemental sino los grises/hilaron su destino delicado”.

 
En el primer terceto la omnipresente equiparación de la vida como laberinto: “Sin atreverse a hollar este perplejo/laberinto, atisbaba desde afuera/las formas, el tumulto, la carrera”. Susana Soca adelantó su vuelo de París a Montevideo y el avión tuvo que hacer escala en Río de Janeiro con resultados terribles. 


Yo le compuse un palíndromo porque fue acosada por el fuego al estallar el avión (Acosan a Susana Soca), pero Borges describió con certeza impar el malhadado destino de la enorme poeta: “Dioses que moran más allá del ruego/la abandonaron a ese tigre, el Fuego”. Al morir Susana Soca tenía 52 años. 



gilpradogalan@gmail.com

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Gilberto Prado Galán
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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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