Repantigado en el mullido sillón del amplísimo estudio, Gil se enteró de que un grupo numeroso de contemporáneos del ex presidente Echeverría se reunió a presentar un libro: Echeverría visto a través de su tiempo. Hace cincuenta años eran enjundiosos políticos y políticas. Gil lo leyó en su periódico El Universal en una nota de Luis Carlos Rodríguez: “el libro es una recopilación de testimonios, documentos, fotografías sobre el sexenio 1970-1976, y busca rescatar del olvido los logros del gobierno echeverrista. Un análisis objetivo y ponderado, sin descalificaciones sino con información veraz para conocer de primera mano lo que ocurrió”.
Gil considera que deben seguir buscando sin pausa los logros de aquel sexenio que terminó en las llamas de la crisis financiera, aquellos años de autoritarismo disfrazados de apertura democrática, el tiempo de la demagogia, del arriba y adelante, los días en que el descocado presidente se sentía un líder mundial. No dejen de buscar porque hay una alta probabilidad de que encuentren muy poco, casi nada.
Ahora mal sin bien: si pensamos en la ominosa Dirección Federal de Seguridad y en Gutiérrez Barrios fluirán borbotones de historias de las cuales nadie habló durante la presentación del libro en el Centro de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo, el viejo Ceestem.
Nombres eternos
Algunos nombres de los asistentes le trajeron a Gilga una rara sensación como de no sé qué. Lean y verán si no: Augusto Gómez Villanueva, Sergio García Ramírez, Alfredo Ríos Camarena, Julio Faesler, Mauro Jiménez Lazacano, Héctor Mayagoitia, Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez. Gilga sintió que venía de un mundo desaparecido, pero se dice en los mentideros de la política que algún mago Merlín les dará a todos ellos una longevidad centenaria, tal y como se la concedió a ese pésimo presidente que fue Luis Echeverría. Lástima que no hayan asistido Cuauhtémoc Cárdenas y el Presidente Liópez Obrador; ellos son, aunque mucho más jóvenes, dignos representantes de aquel priismo.
¿Saben ustedes cuánto duró la presentación de Echeverría visto a través de su tiempo? ¡Cuatro horas! Gamés se persignó y rezó cinco avesmarías. Si hay un infierno, ese debe ser un lugar en el que se presenta un libro para rescatar los grandes momentos de Luis Echeverría durante cuatro horas con personajes de aquel entonces. El día del juicio final será una fiesta si se le compara con esa reunión en el Ceestem. Un trascendido aclaró que la presentación duró cuatro horas debido a que a los invitados principales los venció el sueño en sus asientos, pero tomen esta información con un grano de sal.
Ortiz Tejeda
Junto con pegado. Mientras los hijos de Echeverría buscaban recuperar los logros de su papá, mju, Gilga cayó en cuenta que hay otros personajes, menos llamativos, que buscan en su pasado su porvenir. Cómo andará el abarrote que el cronista estrella de su periódico La Jornada es Carlos Ortiz Tejeda, priista de sopa y cepa, si alguno. ¿Cómo le va, Carlos? Resulta que este viejo conocido es ahora el presidente de la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados, desde luego como integrante de Morena.
Este Ortiz fue un militante indomable del PRI, un junco que tenía sus oficinas en el partido de sus amores allá en Insurgentes Norte. Propaganda priista, en eso trabajaba, lo cual no está mal, salvo que ahora hace lo mismo para Morena y en cultura fustigando a los priistas que antes le pagaban su salario. Ortiz Tejeda cumplía órdenes supremas del partido, Gamés supone que ahora cumple indicaciones, pero de Morena, y le piden que suelte cadenazos en el callejón.
Este Ortiz Tejeda tiene su ingenio, no le restemos méritos, no le falta cacumen, pero de que es un pícaro mano larga, ni lo duden, de esos políticos de medio pelo que siguieron aquel lema: dinero que no te corrompa, tómalo.
Las vidas que da la vuelta, o como se diga: la trayectoria de este Ortiz va de las noches bohemias donde cantaban María de los Ángeles Moreno, Beatriz Paredes, Silvia Hernández y no pocos amigos y amigas del PRI a las batallas de la cuatroté. ¿O no, Carlos? Usted a botellazos contra quien le indiquen. Muy bonito.
Todo es muy raro, caracho, como diría Gregorio Marañón: “Lo peor del pícaro es que las picardías que inventa son jocosas, caen simpáticas y parecen perdonables”.
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