Como a Godot, todos esperan el arancel, ese impuesto que el gobierno de Trump le impondrá (im-im) a sus socios comerciales, muy principalmente a México. Carlos Puig escribe en su “Duda Razonable” que ha apostado con sus amigos varias comidas. El articulista de la página dos de MILENIO Diario considera que mañana Estados Unidos no dará a conocer la imputación de arancel alguno; no, todavía. Puig comerá gratis todas las veces que haya apostado.
Al sellar la apuesta, los apostadores no sabían que Howard Lutnick, secretario de Comercio de Trump, afirmó que México y Canadá podrían evitar la imposición de aranceles si toman las medidas concretas para frenar la migración ilegal y el tráfico de fentanilo. En su presentación ante el Senado, Lutnick dijo que “no se trata de un arancel per se, sino de una acción de política interna”. Como sea, la amenaza y el chantaje, siguen puestos en la línea ofensiva.
En esas estaba Gil, cuando se encontró con un ensayo de Greg Grandin, profesor en Yale y autor, entre otros libros, de America, América: A New History of the New World. Gamés comparte algunas cápsulas de este artículo aparecido en The New York Times en su versión en español. Allá vamos con Grandin.
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Donald Trump ganó dos veces la Casa Blanca con la promesa de cerrar la frontera. Ahora se pone poético con la reapertura de la frontera, cuyo “espíritu”, dijo en su segundo discurso de investidura, “está escrito en nuestros corazones”. Este mes ha hablado de comprar Groenlandia a Dinamarca, anexionar Canadá, recuperar el canal de Panamá y renombrar el golfo de México como golfo de América. Este giro expansionista es sorprendente para un político más conocido por querer que la nación se atrinchere tras un muro fronterizo. Pero Trump es inteligente. Sabe, al parecer, que el nacionalismo enojado y encerrado en sí mismo que le hizo ganar el cargo puede ser autodestructivo, como lo fue durante su asediado primer mandato. Por tanto, estos llamamientos —a hacer que Estados Unidos no solo sea grandioso, sino también más grande en tamaño— se basan en una corriente de patriotismo más estimulante: una visión de unos Estados Unidos en continuo crecimiento, en continuo movimiento hacia el exterior.
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Trump también recuerda a los fundadores, muchos de los cuales pensaban, de forma similar, que Estados Unidos tenía que expandirse para prosperar. “Extiende la esfera”, escribió James Madison en 1787; aumenta la “extensión del territorio” y difuminarás el extremismo político y evitarás la guerra de clases. “Cuanto mayor sea nuestra asociación”, dijo Thomas Jefferson en 1805, hablando de su compra de Luisiana, “menos se verá sacudida por las pasiones locales”.
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En los años siguientes, Estados Unidos avanzó por el continente a una velocidad vertiginosa, invocando la doctrina de la conquista cuando tomó tierras indias y mexicanas, llegó al Pacífico y se apoderó de Hawái, Puerto Rico y otras islas.
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Los detractores de Trump podrán burlarse de la idea de anexionar Groenlandia. Pero resulta que tal anexión ha sido durante mucho tiempo un objetivo de los políticos estadunidenses, al menos desde 1867, cuando el secretario de Estado William Seward, poco después de comprar Alaska, consideró comprar la isla —e Islandia— a Dinamarca. Franklin D. Roosevelt le echó el ojo a la isla, y tras su muerte, la administración Truman, en 1946, ofreció a Copenhague 100 millones de dólares por Groenlandia. Los daneses declinaron la oferta. Más tarde, el vicepresidente de Gerald Ford, Nelson Rockefeller, propuso obtener Groenlandia por su riqueza mineral. En estas páginas, C. L. Sulzberger escribió en 1975, citando el interés nacional, que “Groenlandia debe considerarse cubierta por” la Doctrina Monroe, es decir, plenamente dentro del perímetro de seguridad de Estados Unidos.
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Pero Trump habita en un mundo muy distinto al de los expansionistas del pasado. En las décadas transcurridas desde que Bill Clinton dijo en 1993 que “la economía global es nuestra nueva frontera”, este país ha sido testigo de guerras traumatizantes, una clase media reducida, una deuda personal paralizante, tecnología distópica, catástrofes climáticas en serie, niveles de concentración de la riqueza propios de la Edad Dorada, una esperanza de vida estancada con una tasa de mortalidad juvenil alarmantemente alta: todo ello se ha combinado para crear una parálisis política.
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La táctica imperial de Trump parece un intento de salir del punto muerto, de decir que no hay límites, que el país sí tiene un futuro. ¿Queremos Groenlandia? Tomaremos Groenlandia. ¿Queremos Canadá?
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Como todos los viernes, Gil toma la copa con amigos verdaderos. Mientras se acerca el mesero con la charola que soporta el Grey Goose, materia prima de los gansos salvajes, Gamés pondrá a circular las frases de Balzac por el mantel tan blanco: “Todo poder es una conspiración permanente”.
Gil s’en va