Repantigado en el mullido sillón del amplísimo estudio, Gil leía una versión en español que Raudel Ávila y Gamés hicieron de un editorial de Janan Ganesh en la edición de fin de semana del Financial Times. Como los terraplanistas cada vez son más numerosos, esos que creen y sostienen que la tierra es plana, los párrafos que siguen demuestran que el mundo existe y según los últimos informes es redondo.
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El arco de la vida de Joe Biden es un mapa más o menos similar al imperio americano. Ambos son producto de la Segunda Guerra Mundial (…). Ambos han cometido errores conspicuos sin una pérdida de credibilidad permanente. Ahora, ambos exhiben los síntomas inocultables de la edad.
En una carrera de inconstancia intelectual (en temas como combate al crimen o estado de bienestar), lo más cercano a una idea fija del señor Biden ha sido su compromiso con un Estados Unidos que mire hacia al exterior. Biden se especializó en control de armamento durante la Guerra Fría como joven senador. Como senador un poco mayor reprochó a funcionarios del gobierno americano su conducta respecto al apartheid en Sudáfrica. Encabezó la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado y sirvió a Barack Obama como emisario todoterreno en el exterior, así como vicepresidente.
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Nadie está mejor armado que Biden para restaurar el liderazgo planetario estadounidense. Si Biden toma posesión, el mundo sentirá rápidamente un inconfundible cambio respecto al chovinismo del presidente Donald Trump. Con todo, el hecho del cambio mismo atenúa ese liderazgo.
Para comprender el punto, consideremos que, al margen de su enorme fuerza bruta, el mayor activo estadounidense era su carácter predecible. En política exterior, cada presidente desde Harry Truman hasta George H. W. Bush estaba hecho de una pieza. Los nueve césares fueron antisoviéticos, favorables a la integración europea, promotores del libre comercio, intervencionistas militares, participantes si bien no siempre deferentes en los organismos internacionales.
Los Estados aliados y los clientelares podían hacer sus planes en consecuencia. Cualesquiera que fuesen las fallas del imperio, el capricho no era una de ellas. Inclusive los países que se quejaban del “yugo de Washington” (como Francia) en última instancia tomaban sus decisiones frente a un amo predecible en lugar de uno oscuro y errático.
Cuando concluyó la Guerra Fría, lo mismo ocurrió con la constancia estadounidense. El patrón desde entonces ha sido uno de cambios abruptos no solamente en la política, sino en la visión del mundo entre un presidente y otro.
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En el cambio climático, por ejemplo, Bill Clinton abrazó el protocolo de Kyoto, George W. Bush lo desconoció, Barack Obama firmó el acuerdo climático de París, y el señor Trump lo desconoció. Ahora Biden quiere reconocerlo. Es altamente probable que el próximo presidente republicano tire por la borda lo que ese partido ve como una cadena extranjera sometiendo a la industria estadounidense. Aun si uno compartiera esa opinión, el carácter volátil de Estados Unidos, sin importar su política sobre cualquier asunto, simplemente limita su habilidad para darle forma al sistema internacional.
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Consideremos en cambio, la contención nuclear de Irán. Biden ha dicho que quiere revivir el acuerdo que Trump se negó a aceptar, si es que el gobierno de Teherán lo permite. ¿Debería hacerlo el gobierno iraní, a sabiendas de que un presidente republicano renegaría del mismo acuerdo nuevamente en cuatro años? ¿Y qué deben hacer los otros firmantes del acuerdo, incluida la Unión Europea y su ex miembro, Reino Unido? Cuando la inconstancia de Estados Unidos se vuelve recurrente en temas comerciales, de salud y otros terrenos, es posible ver cómo los países desarrollan sus propios acuerdos o con el tiempo, se comprometen integralmente con una superpotencia más predecible.
Biden podría entonces desarrollar una política exterior magistral y aún así fracasar. En cuanto el mundo sospeche que un sucesor republicano podrá deshacer su trabajo, Biden tendrá escasos incentivos para respetar a Washington.
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El poder estadounidense depende del arsenal de la democracia, sí, pero también de cierto grado de consistencia a través del tiempo. Si los líderes europeos de la posguerra hubieran temido que los presidentes republicanos fueran menos propensos a honrar el artículo 5 de la OTAN (referente a la defensa colectiva) que los presidentes demócratas, el sistema se hubiera colapsado sin importar las toneladas de armamento americano.
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Todo es muy raro, caracho. Como diría Betrand Russell: “La historia del mundo es la suma de aquello que hubiera sido evitable”.
Gil s’en va
gil.games@milenio.com