Se llamaba Tadeo. Recientemente había fallecido por una enfermedad intestinal a la edad de dos meses. Su cuerpo fue robado del cementerio de Iztapalapa, en la Ciudad de México, y presuntamente fue usado para introducir drogas al Cefereso de Puebla.
Tadeo fue un bebé que, en vida, sus padres procuraron salvar. Estoy seguro que Tadeo despertaba la imaginación y la esperanza de sus padres, verlo crecer, desarrollarse, reír, correr, amar.
Nadie podía imaginar el destino que tuvo su cuerpo. ¿Quién puede imaginar el siguiente nivel de degradación y de horror que sigue en este país? Lo que le sucedió al cuerpo de Tadeo representa el horror absoluto, la ficción superando la realidad, pero lo que les sucede a los niños en este país, también.
En tres años han muerto dos mil niños por falta de tratamientos para el cáncer. En lo que va de la pandemia, cerca de 5 millones de niños se han rezagado en la educación por no tener acceso a internet o televisión. A esto se suma la deserción escolar. La depresión crece como espuma. La violencia doméstica también.
De la mano del abandono educativo se incrementa la explotación laboral infantil. 3 millones de niños trabajan, en vez de estudiar y jugar. La trata de niños y niñas va al alza y, según datos de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, 70 mil niños han sido víctima de ello los últimos tres años.
En materia de homicidios, nada más en 2020, 317 niños murieron por arma de fuego y durante 2021, 4 mil 328 niños fueron desaparecidos. Esto, además, en el contexto de las reformas que Morena impulsó al artículo 151, relativo al ISR, que condenaron a decenas de organizaciones civiles, entre ellas, (muchas que atienden temas de la infancia), al desalentar el altruismo por la vía de los donativos; dejarán de recibir cerca de 8 mil millones de pesos.
Con todo y estos datos, que no son todos, ni son pocos, resulta más fácil que en México provoque indignación que Mariana Rodríguez y su esposo, Samuel García, hayan adoptado un bebé por un fin de semana, que por la atroz realidad que pasan un importante segmento de niños y jóvenes.
Esa hipocresía solo contribuye a nublar el verdadero debate. El tema central es poner los ojos, las plumas, las denuncias y los gritos en la ausencia actual de políticas públicas que atiendan los derechos de los niños. Si en algo ayudarán Tadeo y las ocurrencias de la pareja gobernante de Nuevo León, es a poner en la conversación la situación de la infancia en el país.
El horror de constatar la frialdad con que un grupo criminal puede usar el cuerpo de infante como contenedor o como empaque para meter drogas a un penal, debería alertar a los apologistas de la falsa pacificación nacional, de que el Estado se enfrenta a personas desalmadas, intrínsecamente podridas, cuyo destino no pueden, ni deben ser los abrazos, sino el peor de los castigos.
La indignación selectiva también debe terminar. Las redes, y, por ende, la conversación nacional, están muy lejos de los problemas reales del país, y, lamentablemente, demasiado cercana a los egos de quienes las usan.
Frank Lozano
franklozanodelreal@gmail.com