El simplismo y el reduccionismo dominan las valoraciones sobre la seguridad. El gobierno aporta sus datos, presume bajas en indicadores, pero prevalece una confusión de fondo respecto a quién es el verdadero enemigo del estado y del país.
El año 2019 fue el año más violento que ha vivido el país en cuanto homicidios. Delitos como el secuestro y la extorsión han repuntado. Los feminicidios están fuera de control y la violencia encuentra su cauce sin que aparentemente nada ni nadie la contenga. En medio de todo este fortalecimiento del crimen organizado, tenemos una narrativa presidencial que refiere que “se están atendiendo las causas de la violencia”. Esta afirmación implica situar el origen de la delincuencia en la pobreza y la desigualdad como factores que propician el surgimiento de criminales. Al mismo tiempo, la afirmación se convierte en política de estado y de ahí derivan medidas como las becas a jóvenes y a personas en situación de pobreza. No obstante, la noción del enemigo se ha desdibujado. Todo muerto es un muerto de López Obrador o en su caso, de Enrique Alfaro. Cada delito es un delito de tal o cual político y no el crimen cometido por una persona, una banda o un grupo criminal.
Etiquetar delitos a políticos funciona para desahogar el enojo y la frustración, pero no sirve para entender que el país y el estado atraviesan por una descomposición social cuyas causas estamos lejos de entender.
La necesidad de entender el fenómeno de la inseguridad es vital para saber qué nos toca hacer como sociedad. Si la raíz del problema es social, la respuesta del problema, además del ámbito gubernamental e institucional, debe ser de toda la sociedad.
La persona que te arrebató tu teléfono en un crucero, la persona que te robó una autoparte, la que se metió a robar a tu casa; el sujeto que se sube al transporte público y acosa, el compañero de la escuela que amanece con ganas de golpear, humillar o violentar a otro en las instalaciones de tu escuela; el vendedor de droga al que el grupo rival ejecutó en la esquina del barrio, o al que secuestraron para advertirle que, o se suma a tal o cual grupo criminal o a la siguiente lo descuartizan, todos ellos tienen en común algo: nacieron en una familia, son amigos, hijos o padres de alguien, crecieron en un entorno y nadie de su círculo cercano pudo evitar que tomara las decisiones que tomó.
De ahí la pregunta ¿qué nos toca hacer para ayudar a ese alguien que vemos que anda en malos pasos, que está comenzando a tomar decisiones erróneas, que está dando pasos hacia un destino incierto? No hay policía que alcance para evitar y prevenir que alguien que está decidido a delinquir lo haga.
¿Qué hacemos en nuestras familias para evitar que de ahí surja el nuevo feminicida, el nuevo narcotraficante, el nuevo motoladrón, el nuevo secuestrador o el nuevo delincuente juvenil?
El enemigo no usa uniforme ni porta las siglas de un partido u otro, el enemigo tiene el rostro de la indolencia y el abandono social. Si nos sentamos a esperar que uno u otro gobierno “acaben” con el problema, nos va a pasar la vida y lo único que veremos es cómo avanza la degradación social.
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