Al presidente López Obrador no le interesa la realidad como tal, sino el relato que puede construir a partir de ella. Al incremento en las denuncias por violencia contra las mujeres, responde que el 90 por ciento son llamadas falsas, sin aportar dato alguno y justificando la violencia porque, “así son las familias”.
Descalifica la contribución que hacen los profesionistas (arquitectos, economistas, científicos, ingenieros, médicos o “los técnicos”) porque pertenecen al infame y abusivo mundo neoliberal y porque “cualquier puede construir una casa”.
Convierte la amenaza contra un medio en una oportunidad para seguir atacándolo y en paralelo, su partido orquesta una funesta defensa a favor de la agencia de noticias mexicana, Notimex, de donde salen ataques contra opositores, periodistas y otros medios, incluidos medios internacionales, porque “son neoliberales o chayoteros”.
A los acuerdos globales por avanzar en una agenda de energías limpias, responde con la amenaza de cancelar contratos y sepultar inversiones para “defender la soberanía”. A la militarización del país, paradójicamente la llama un proceso de desmilitarización, “porque no hay de otra”. Al incremento sostenido de contagios y muertes por el coronavirus, responde que han aplanado la curva y comienza a hablar de “la nueva normalidad” en el momento más álgido de la pandemia.
La lista de ejemplos es larga, muy larga y el método el mismo. Para toda realidad hay un conjunto limitado de frases y conceptos que constituyen el universo semántico del presidente. En su canasta verbal no hay invocaciones a la ley, pero eso sí, hay una tendencia cíclica a recurrir a la historia, deformándola, o bien, a usar como ejemplos de prohombres, a carniceros despiadados, como el Che Guevara, o a presumir sus lecturas juveniles de Carlos Marx.
Para ampliar el alcance de su fantasía, el presidente y su equipo de comunicación han diseñado un plan muy simple, segmentar las audiencias por temas; con ello, pretenden abarcar la mayor cantidad de espacios y cobertura de medios, si es que le podemos llamar medios a la mayoría de asistentes al espectáculo propagandístico de la mal llamada Cuarta Transformación.
El día arranca con dos horas de mañanera. A las 5 de la tarde sigue con información sobre economía. A las 6 trata sobre programas sociales y culmina a las 7 con la puesta en escena de López-Gatell. Seis horas de propaganda disfrazada de información. Seis horas destinadas a ajustar la realidad al relato y a modelar la opinión pública a fuerza de repetir el stock ideológico de frases vacías.
Con la mitad del país resguardado en sus casas y refugiado en internet, el aislamiento le cayó como anillo al dedo al presidente. Lo público se convirtió en un reality. Tener a un público cautivo es una tentación demasiado grande para el narcisista que vive del aplauso y se regodea de sí mismo, proyectando a cada instante su insano delirio de pasar a la historia. Sin duda, logrará esto último, pero lo que AMLO parece ignorar es que tarde o temprano, la historia pone a cada quien en su lugar, el suyo, como el presidente que gobernó al margen de la realidad.
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