“Los migrantes en la frontera entre Estados Unidos y México pueden ser particularmente susceptibles a enfermedades debido a un estado de desnutrición grave”, aseguro María Elena Medina-Mora, miembro de El Colegio Nacional, al coordinar y participar en la mesa El costo de la migración: pobreza, violencia y malestar emocional, realizada el 26 de febrero en el Aula Mayor de la dependencia.
Enfatizó que “la pobreza y sus consecuencias son factores de riesgo para el malestar emocional”, y que durante mucho tiempo se dijo que México no era un país catalogado con seguridad alimentaria. Sin embargo, estudios recientes muestran que tiene datos similares a los de Sudamérica y el Caribe, la zona más afectada en esta materia. “Estamos por debajo del Caribe, por debajo del promedio de Centroamérica y también por debajo de Sudamérica, pero, desde luego, arriba de países como Uruguay, Chile y Costa Rica”.
En palabras de la colegiada, la inseguridad alimentaria es la falta de disponibilidad, acceso o utilización regular de alimentos nutritivos para un crecimiento y desarrollo normales, para llevar una vida activa y saludable. En cifras, “5.8 millones de personas sufren inseguridad alimentaria en Guatemala, Honduras y El Salvador, lo que es una razón para migrar. Una vez que el migrante ha comenzado su camino, la falta de empleo junto con el poco o ningún acceso a alimentos y otro tipo de asistencia humana son factores clave que obligan a las personas a seguir desplazándose”.
De acuerdo con Medina-Mora, durante su tránsito por México, del 50% al 74% de los migrantes disminuyen de forma importante la cantidad de alimentos que habitualmente consumen. Para analizar esta situación, la psicóloga mexicana y su equipo de trabajo realizaron una serie de entrevistas individuales a migrantes, algunos de ellos en albergues. “La mayoría de esta población venía de Honduras en un 43%, de Guatemala con un 22%, de El Salvador con un 22% y de Nicaragua con un 11%”.
Agregó que el 60% de la población de este grupo no tenía ingresos económicos y durante su estancia en Tijuana, sus alimentos variaron poco de los que estaban comiendo antes de llegar a la frontera, “según contestaron el 67% de hombres y 64% de mujeres. El 52% de los hombres respondieron comer menos de lo que debían comer. De esa población, el 58% de los hombres se saltaba una comida, mientras que las mujeres lo hacían en un 59%; sin embargo, el 31% de los hombres y el 37% de mujeres, no comieron durante todo un día”.
Los resultados evidencian un acceso sumamente limitado a los alimentos entre los migrantes en tránsito por el país, enfatizó la colegiada. Subrayó que la inseguridad alimentaria grave continúa afectando más a las mujeres migrantes que a los hombres, la falta de una buena alimentación impacta en el bienestar de los migrantes En consecuencia, aumenta el riesgo de enfermedades físicas y mentales. “Los migrantes en la frontera entre Estados Unidos y México pueden ser particularmente susceptibles a enfermedades debido a un estado de desnutrición grave. Cerrar las brechas existentes en torno a la seguridad alimentaria es vital para garantizar los derechos básicos de todas las personas que se encuentran en el país”.
Al tomar la palabra, Hilda Dávila, coordinadora del Seminario de Migración y del Seminario de Estudios de la Globalidad de la Facultad de Medicina de la UNAM, recordó que este seminario analiza los retos de la salud de los migrantes, porque México es un país de origen, destino, tránsito y retorno de las personas desplazadas.