Cultura

Venus / Quetzalcóatl: el destierro y el renacer (3: final)

  • 30-30
  • Venus / Quetzalcóatl: el destierro y el renacer (3: final)
  • Fernando Fabio Sánchez

Hemos llegado, estimados lectores, al final de este último acto y de la serie completa sobre Venus. 

A lo largo del mito del exilio de Quetzalcóatl, advertirán algunas repeticiones temáticas.

Primero, presenciamos el esplendor y la caída de Quetzalcóatl en Tula. 

Luego, nuestro héroe hubo de abandonar la ciudad para purificarse y llegar a Tlapallan (el lugar del negro y del rojo), espacio mítico ubicado en el oriente, como el Sol.

Luego de verse en el espejo y dejar marcas en las piedras —como leímos la semana pasada—, volvió a encontrarse con sus enemigos. En Cochtoca, se embriagó otra vez, consumando una nueva caída espiritual.

Esta escena es un eco de aquella noche cuando, por influjo del pulque en Tula, cometió incesto con su hermana.

Estas repeticiones reflejan el ciclo de Venus, que recorre 584 días divididos en cuatro fases, que van de la Estrella de la Mañana a la ausencia, y del Lucero del Atardecer nuevamente a la ausencia, para comenzar otra vez.

En el mito, la estancia en Tula correspondería al ciclo de Venus como Estrella de la Mañana, y su camino hacia el destierro representaría el periodo de Lucero del Atardecer.

Entre el comienzo y su salida, Quetzalcóatl desaparece mientras los nigrománticos destruyen la ciudad, tal como Venus se ausenta del firmamento cuando pasa de la mañana a la tarde.

Y ahora que en Cochtoca bebe pulque otra vez, está a punto de desaparecer en la melancolía y la oscuridad del ocaso.

Esta última caída comienza con la muerte de los sagrados cojos y enanos, aniquilados por el frío de la Sierra Nevada.

Luego, llorando y cantando de tristeza, Quetzalcóatl deja señales y enseñanzas en diversos pueblos. 

Así hereda el Juego de pelota y da nombres a las sierras, montes y lugares.

Entonces, baja al inframundo y construye las casas subterráneas de Mictlancalco (el Mictlán). Simbólicamente, corresponde al rescate de los huesos de la humanidad con la ayuda de Xólotl, su nahual o hermano gemelo.

Pero esta travesía no ha terminado, pues la muerte y la destrucción, como sabemos, fecunda la luz y la vida.

Quetzalcóatl llega a la costa oriental donde nace el Sol: la mañana. Manda hacer una balsa de culebras. Luego, entra en ella como si fuera una canoa, y se va por el mar, navegando.

Nadie supo cómo llegó a Tlapallan, el límite entre el fuego y la oscuridad, entre los vivos y los muertos, entre la tierra y el cielo.

Allí ardió Quetzalcóatl, purificándose en un último sacrificio.

Las aves preciosas se reunieron en el cielo, remontando con sus plumas de colores.

Y al término del fuego, seres humanos y animales vieron que el corazón de Quetzalcóatl se encumbraba al cielo, fulgurante, nuevo, como la Estrella de la Mañana.

Octavio Paz diría muchos años después en “Piedra de sol” (compuesto por 584 versos, aludiendo al ciclo venusino), como si fuera la voz del mismo Quetzalcóatl: “quiero seguir, ir más allá, y no puedo. 

Dormí sueños de piedra que no sueña y al cabo de los años como piedras oí cantar mi sangre encarcelada”.

“Una a una cedían las murallas, todas las puertas se desmoronaban y el sol entraba a saco por mi frente: despegaba mis párpados cerrados, desprendía mi ser de su envoltura, me arrancaba de mí, me separaba de mi bruto dormir de siglos de piedra y su magia de espejos revivía”.

Venus ardía en el firmamento como la estrella más brillante, nacida del dolor, del adiós en el tiempo y del descubrimiento humano.

Al alzar los ojos al cielo y ver, no olviden esta historia de esplendor, muerte y renacimiento sin fin. Aleluya.


fernandofsanchez@gmail.com

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