Política

El mito del déficit

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Siempre ha habido la intención de hacer de la economía una ciencia como la física. Los resultados no han sido muy afortunados. No es lo de menos que el sistema de ecuaciones básico sea una copia puntual de las ecuaciones de la física del siglo XIX, anteriores a la segunda ley de la termodinámica. Pero el principal problema es la dependencia de los modelos formales, la necesidad de explicaciones causales de validez universal, como las que se supone que descubre la física, y que se traducen en recomendaciones de política económica de rigidez dogmática.

Es claro que algunos principios tienen vigencia más o menos general. Pero la economía es un hecho histórico, y es necesario ajustar las explicaciones a las circunstancias, que son siempre otras. 

En el curso de una generación hemos padecido dos catástrofes globales que tendrían que obligarnos a revisar lo que sabíamos acerca de la economía. La crisis de 2008 barrió con algunos de los axiomas indudables de las tres décadas anteriores, empezando por la idea de que el nuevo sistema financiero global hacía que fuesen imposibles las burbujas especulativas. La pandemia ha trastocado cadenas de producción, ha revelado vulnerabilidades impensadas, ha impuesto una política económica que en cualquier otro contexto hubiese sido inaceptable.

Además, la información que tenemos de las últimas décadas desmiente algunas de las ideas elementales de la economía que aprendimos. Por ejemplo, sabemos ahora que un aumento de la masa monetaria superior al crecimiento de la economía no se traduce automáticamente en inflación. Sabemos también que la reducción del desempleo no implica que aumenten los salarios, y por tanto no supone mayor inflación. Los números también dicen que reducir la carga fiscal del trabajo no se traduce en un aumento del empleo. Sabemos que la devaluación no impulsa el crecimiento, que el aumento del salario mínimo no destruye empleos, que la deuda pública no es un obstáculo para el crecimiento. Pero todavía nos falta mucho para entender esta nueva economía.

Para la recuperación, uno de los temas ineludibles es el del déficit público. Y sobre eso, algo de lo más original, intensamente discutido, es la Moderna Teoría Monetaria, de Warren Mosler, que ha adquirido notoriedad gracias a Stephanie Kelton. El punto de partida es simple: según Kelton, es un error imaginar al Estado como una economía doméstica, que no puede gastar más de lo que ingresa sin arriesgarse a la quiebra —el Estado es otra cosa, obedece a otra lógica. Cuando el Estado gasta más de lo que recibe por impuestos, la diferencia se registra como déficit público, pero es al mismo tiempo un excedente para el sector privado: no es necesariamente malo, según en qué se haya invertido. Solo hay un exceso de gasto cuando eso provoca inflación. Los datos no permiten sostener la idea de que el endeudamiento sea una carga para generaciones posteriores, y sí pesa sobre ellas, en cambio, gravemente, la deuda ecológica, la deuda educativa, la deuda de salud y empleo en que incurrimos irresponsablemente para evitar el déficit. El asunto es vidrioso, en México no será lo mismo, valdría la pena al menos discutirlo.

Fernando Escalante Gonzalbo

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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