Entre los propagandistas, el principal argumento a favor de la militarización consiste en decir que no hay militarización, o sea que no hace falta hablar del asunto (alguno aduce como prueba que ningún gobernador es militar —aquí el que no se consuela es porque no quiere). A renglón seguido, dicen que la presencia masiva del Ejército es indispensable porque es la única institución que puede defender la soberanía y el interés público, la única que ha mantenido cohesión, honestidad, eficacia, sin dejarse desviar por intereses particulares.
Es para preocuparse que el elogio del Ejército tenga que hacerse a costa del prestigio de todas las demás instituciones: el Politécnico, el Banco de México, el Colegio de Ingenieros, el Inegi, la aviación civil. Se entiende el motivo, por supuesto: si el Ejército no fuese técnica, económica y moralmente superior, habría que argumentar cada caso, y explicar por qué tiene que hacerse cargo de puertos, aduanas, carreteras, aeropuertos, medicamentos. Por otra parte, la lírica de la soberanía, la patria y el honor se traduce en la práctica en algo bastante pedestre, como que un militar se haga cargo de la administración: del presupuesto, de los contratos, de las adquisiciones o de la vigilancia de la aduana. Y como sería penoso tener que explicar en cada caso que este capitán, que este coronel, este mayor, son incorruptibles, no hay más remedio que suponer que el Ejército en sí es incorruptible.
Insisto: se entiende la necesidad propagandística del elogio. Pero precisamente eso es lo preocupante.
Es sabido que al secretario de la Defensa, el general Sandoval, no le gusta que se hable de militarización. En su discurso del 9 de febrero, entre dolido e indignado, admonitorio, decía: “lejos de causar sorpresa o inquietud, debería generar certeza el que las Fuerzas Armadas... contribuyan al desarrollo del país, participando en proyectos prioritarios...” porque “siempre que se nos ha requerido... ahí hemos estado”. Y bien: en eso precisamente consiste el problema, en que el Ejército piense que puede sustituir ventajosamente a los ingenieros civiles, a las compañías constructoras, a los administradores, economistas, a todas las policías, a los profesionales de la aviación civil, a las farmacéuticas, al sistema de salud.
Pero no es solo eso. En el mismo discurso, el general Sandoval celebró “que se hayan sentado las bases de la transformación y que se siga avanzando firmemente en consolidarla”, y dirigiéndose al Presidente dijo: “Seguiremos respaldando las políticas que ha impulsado su gobierno”. No dijo en qué consiste la transformación ni qué políticas son las que respalda el Ejército pero, en resumen, es emplear el peso del Ejército para apoyar una opción política. Y en este caso significa que considera que la mitad de la población representada en el Congreso son sus adversarios, como enemigos de “la transformación”. El párrafo siguiente explica el pacto, para que estemos todos avisados: “Le refrendamos una vez mas nuestra lealtad absoluta, porque la confianza que ha depositado en nosotros para contribuir a la transformación del país solo puede ser correspondida de esa manera”.