Hay quien señala que uno de los efectos del arribo a la presidencia de Andrés Manuel López Obrador es que ha servido para contener y dar cauce a la indignación y descomposición heredadas del pasado inmediato. No les falta razón. El descontento es del mismo tamaño que de la esperanza. Esta última persiste precisamente por el rechazo abrumador al precedente de exceso, abuso y abandono.
Es discutible que lo acontecido tenga su génesis en el llamado régimen neoliberal. Cierto es que en México y en el mundo hay insatisfacción por lo que acontece en un modelo que más que económico es de vida y que va conformando valores y formas de ser que van contra lo mejor de la humanidad. La corrupción, la violencia, el deterioro del medio ambiente y la creciente desigualdad están asociados a ello.
Pero no se puede quedar en generalizaciones. Ni exculpar a unos por culpar a otros. El problema más serio y de mayor peso es el pasado inmediato. El régimen previo debe someterse más que a un escrutinio, a una investigación rigurosa, sin prejuicio y con sentido de estricta legalidad. Las tesorerías de los estados gobernados con aliados del presidente Peña sirvieron para financiar ilegalmente campañas políticas. Es un proceso que se agravó en los últimos diez años. Involucra al presidente Peña, a su equipo hacendario: Videgaray, Meade y González Anaya, y a algunos gobernadores como Rubén Moreira y Alejandro Moreno, lo que ha conducido al PRI a su peor desprestigio y rechazo popular.
Esto entraña no solo un problema de legalidad, también de política interior. La gobernabilidad y la atención de muchos de los problemas tiene su espacio natural en las autoridades municipales, delegacionales y de las locales.
También la paz social y el ejercicio de la institucionalidad democrática requiere del diálogo entre poderes públicos, órganos de autoridad y entidades autónomas. El Presidente ha designado a un funcionario habilitado para tal caso, su secretario de Gobernación, con experiencia para entender la encomienda. Se va a requerir. En tal sentido el secretario Adán Augusto López ha hecho en pocos días lo que su antecesora no hizo en casi tres años.
Importa porque más allá de las diferencias y de la natural y explicable competencia por el poder, la que se acentuará en los próximos años, se requiere de diálogo, de entendimiento básico para que los procesos no se desborden y el conflicto político y social tenga un cauce para que no comprometa la institucionalidad que permite el ejercicio de las libertades, la tranquilidad pública y el bienestar.
El ambiente de polarización hace perder sentido de lo importante. También de que es mucho más lo
que compartimos. Puede haber gritos y sombrerazos y si se quiere hasta mentadas. Así es la política en democracia. Pero es necesario cuidar lo que más vale, aquello que nos hace vivir paz en medio de la tormenta y de lo incierto. Reto principal de la política interior.
Federico Berrueto.
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