No es poco lo que se abona a la causa de López Obrador. Todavía a muchos meses de la elección, la circunstancia le favorece más que a cualquiera. El PAN en su lucha contra el PRI ha perdido claridad para evitar que el próximo presidente de México sea López Obrador. El dirigente del PRI, Enrique Ochoa, como en su momento también lo hiciera Manlio Fabio Beltrones, le ha confrontado, pero el desgaste del gobierno y los escándalos de corrupción suman a la causa de Andrés Manuel.
También el triunfo de Donald Trump deja un saldo negativo a todos, menos a López Obrador. Si las elecciones tuvieran lugar en estos días, el resultado le sería favorable. Las encuestas tradicionales publicadas valen poco; algunas de esas empresas dijeron en la elección de Nuevo León que Jaime Rodríguez, El Bronco, quedaría en tercer lugar o que el PRI ganaría 10 de las 12 gubernaturas en las pasadas elecciones.
Esas encuestas no tienen credibilidad. Lo que importa son los hechos y el estado de ánimo que existe. Como se ha dicho, estos son tiempos de antisistémicos. La predisposición al cambio se alimenta de la indignación. Lo prueba lo ocurrido recientemente en Colombia, España, Gran Bretaña o la misma elección presidencial estadunidense. En el fondo es el desapego y fastidio con el sistema político vigente. En México hay que sumar dos componentes: la corrupción y la incapacidad del Estado para proteger a las personas y sus bienes.
Los pilares de la legitimidad del sistema están bajo cuestión. Es un problema global. En Estados Unidos, según Gallup (la prestigiosa casa encuestadora que decidió retirarse de las encuestas electorales), menos de una tercera parte no cree en la cobertura noticiosa de los periódicos, la radio y la televisión. La credibilidad de los medios está en su punto más bajo en todo el mundo. También los partidos y funcionarios electos. Las Iglesias, los gobiernos y las empresas no escapan a la desconfianza. En México se salvan, en algo, las universidades y la familia. Cuando no hay aprecio a lo que existe, la disposición al cambio aumenta, mucho más cuando se combina con el rechazo de muchos a lo que existe.
El PAN está librando una lucha fratricida. La disputa por la candidatura presidencial compromete su posición como la alternativa natural al gobierno del PRI. La imagen de corrupción también le alcanza a pesar de que el PAN ha intentado capitalizar el rechazo a la venalidad para combatir al PRI. El debate de la corrupción es claramente funcional a López Obrador, a quien se le percibe en estos menesteres diferente al resto de sus pares.
Ha sido un acierto del PAN o del acusado Guillermo Padrés entregarse a las autoridades judiciales para hacer frente a los cargos que se le imputan. Con ello deja al PRI en difícil situación. Ahora, la detención de Javier Duarte se vuelve crítica; no sorprende que la PGR haya anunciado recompensa multimillonaria a quien informe sobre el paradero del gobernador bajo licencia.
No solo son los errores de los adversarios los que abren paso a López Obrador, también ha sido su acreditada habilidad en el manejo de los tiempos. Fue el primero en reaccionar ante el triunfo de Donald Trump. Prácticamente no existe asunto sobre el que no se pronuncie con rapidez y el tono antisistémico que a muchos indigna refuerza su propósito de plantarse como la única opción a lo que existe.
Quienes asociaron a López Obrador con Trump involuntariamente le hicieron un gran favor: el discurso antisistémico es la manera de ganar votantes. En EU se horrorizaron cuando en el último debate Trump eludió comprometerse a reconocer el resultado si no le favorecía, no pocos pensaron que ese sería un error fatal y hasta lo dieron por muerto. Los impugnadores de AMLO, así como los de Trump, no entienden la psicología del elector y la seducción del antisistémico: el desdén a lo convencional es la manera de acreditarse y ser congruente con lo que se pregona.
La campaña contra Ricardo Anaya abona a la causa de López Obrador. Si su origen es la competencia al interior del PAN, es un acto suicida; si es del gobierno o del PRI, simplemente le están haciendo la campaña a López Obrador y convalidan su afirmación de que el PRI o el PAN son iguales. Además, el calderonismo calculó mal en la contienda estadunidense.
La elección todavía está lejos para un pronóstico concluyente de lo que habrá de acontecer en 2018. Es un hecho que la circunstancia y el accidente favorecen a Andrés Manuel. También la falta de claridad de sus competidores, además del mérito propio.
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